Cuando tenía 8 años, Daniel sintió por primera vez atracción hacia alguien de su mismo sexo, otro niño de su edad. Ahora, con 25 años, se reconoce como alguien a quien le atraen hombres y mujeres.

Cuando era niño, reflexiona, rechazó ese sentimiento por el desconocimiento propio de la edad y por la crianza conservadora a la que están sujetos la mayoría de ecuatorianos.

Fue a los 14 años, cuando estudiaba en un colegio católico tradicional en Guayaquil, que comenzó a “interactuar más con ese lado” de su sexualidad. Se dio cuenta de que no tenía por qué rechazarlo.

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“Fue pasando el tiempo y a los 19 o 20 ya no tuve miedo de actuar o de hacer cosas que no hacía por cierta homofobia internalizada. Me di cuenta de que en realidad no había razón para esconder esa parte”. A esa edad se percató de que tenía una orientación sexual diferente, que no era curiosidad.

Crecer con esa preferencia en un colegio católico fue “complicado”. Siente que tanto él como sus compañeros fueron criados en una burbuja, ciegos de la diversidad que caracteriza al mundo real.

“Imagínate ese hermetismo, es complicado (...). Aun más si uno resulta ser de esa parte diversa de la sociedad. Era como rechazarte a ti mismo”.

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Según datos del conteo poblacional realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos, 15.837 personas en Ecuador se identifican como bisexuales. El censo nacional contabiliza 270.970 personas LGBTI+.

Además de la presión de una educación católica, Daniel también siente que no está preparado para explicarle su orientación sexual a su familia, aunque cuenta que le han repetido en múltiples ocasiones que igual lo aceptarían.

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“Yo no voy a decir algo que soy hasta que me pregunten, aunque me estoy cuestionando si es por miedo o es porque me parece más cómodo así”, dice.

No obstante, sí espera poder hablarlo con sus padres en un futuro. Abrirse no es fácil, explica, especialmente cuando se trata de familiares.

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Daniel lleva más de un año cursando sus estudios universitarios en Europa. Antes de migrar, recuerda, había conocido a un chico que le había caído bien. Él invito a Daniel a salir, pero lo rechazó. “Lo hice porque tenía miedo de salir y que me vean, no me gusta ser el centro de nada”, explica. “Quieras o no vas a recibir miradas en esta sociedad”.

Daniel nunca ha tenido pareja, ni hombres ni mujeres.

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Aunque resalta que en Europa le resulta más fácil expresar su sexualidad, pues nadie lo conoce, apunta que allá también hay discriminación y que no es un problema solo en Ecuador o Latinoamérica. (I)