Jairo Villamar, Stefanía Cruz y Álex García no se conocen, pero sus vidas coinciden en días ajetreados y recorren largas distancias para ir a trabajar o a estudiar.

Uno de ellos ya tiene contabilizada la distancia: es Jairo, de 46 años. Él transita de lunes a viernes cerca de 170 kilómetros, lo que equivale a viajar de Guayaquil a Quevedo.

Se levanta a las 05:00 y sale a las 06:00 desde la vía a la costa, donde reside, en un bus que lo lleva al Mercado Oeste. Allí lo espera una amiga, con quien emprende el viaje hasta la Universidad Estatal de Milagro, donde trabaja en el área de comunicación.

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Pero este trayecto no siempre es así. Cuando la amiga de Jairo no puede llevarlo, empieza su sufrimiento. “Ahí es la tortura, porque tengo que coger dos buses: uno hasta llegar al terminal terrestre y otro, que es de la cooperativa de transporte Mariscal Sucre, para ir a Milagro”, cuenta, y agrega que está llegando allá, a veces, cerca de las 08:00 o un poco más.

De ese trabajo, Jairo sale pasadas las 17:00 y acude a su otro empleo, en la Ecotec de Samborondón. Para ello agarra el bus de la Mariscal Sucre hasta Durán, y toma luego el expreso de la Ecotec. Cuando termina su labor en ese campus, toma nuevamente el expreso hasta llegar a Los Ceibos, cerca de las 22:20. En ese tramo, un familiar lo recoge para llevarlo hasta su domicilio.

Jairo permanece 17 horas fuera de su casa y solo 7 en ella. Esos 420 minutos le alcanzan para compartir un momento con su familia y descansar.

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Los viernes son los días menos ajetreados. No va a la Ecotec, pero sí a dar clases al Instituto Superior de Estudios de Televisión. Ese día llega a casa a las 21:45.

Aunque Jairo va a Milagro de lunes a viernes, no siente el apuro de comprar un vehículo. Dice que no quiere más deudas.

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“Tener un carro: todo el mundo me lo sugiere, pero sería adquirir una deuda, y ya no quiero deudas. Aprovecho mis movilizaciones en bus para dormir, porque duermo poco y mi mayor temor es quedarme dormido al volante. Así que la idea del carro está descartada”, opina, y añade que ya “está resignado” a su travesía diaria.

Stefanía Cruz también se levanta temprano: en su caso es a las 04:00. Ella vive en la parroquia El Laurel, y entra a trabajar a las 05:00 en el centro de Daule. Se demora quince minutos en bus hasta ese destino. Cuando termina su labor, regresa a casa para cambiarse, alimentarse y emprender su viaje al Tecnológico Argos, en el campus de La Aurora, donde estudia.

Nuevamente toma el bus hacia Daule; de ahí agarra otro que demora más de una hora hasta llegar a la institución educativa. Suele concluir sus clases de 21:00 a 22:00, y en ese horario ya no hay buses hacia su domicilio.

Afortunadamente, Stefanía tiene un amigo que la lleva a su residencia al salir de clases, porque está en la misma ruta. La estudiante, de 28 años, lleva este ritmo desde hace varios meses, pues antes estaba en la modalidad en línea, lo que a su juicio era más fácil.

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“Desde que comenzaron las clases presenciales nos ha tocado, no solo a mí, sino a muchos compañeros hacer estos recorridos, que son largas distancias. Antes, como era virtual, tenía la facilidad de salir del trabajo, me conectaba en el celular y le explicaba a los profesores que recién iba saliendo del trabajo, y por eso me veían en el bus. Ahora, en presencial, muchas veces que tengo que salir rápido, llegar a casa a cambiarme y salir por las mismas. Es más que todo encontrar bus, porque solo hay hasta las 18:00; de ahí no tendría cómo irme a Argos, porque ya no salen. Todo eso es algo cansado”, menciona la estudiante de Asistencia en Educación Inclusiva.

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Pero las distancias no son el único inconveniente. Ella estudia los sábados por seis horas y coordina con colegas de su trabajo para cambiar turnos y extenderse entre semana.

Esta ‘peripecia’ de Stefanía culminaría pronto, puesto que en poco tiempo iniciará su último semestre para ya incorporarse.

Álex García también se une al grupo que recorre largas distancias. Vive en el Batallón del Suburbio, y se despierta a las 05:00 para atender a sus hijos y ayudar a su esposa. A las 06:30 toma un bus que lo saca a la calle principal, llamada 29. De ahí sube en la línea 35 (1) hasta llegar a Quisquis, donde circulan los carros hacia Samborondón. Toma la línea Panorama y coge su celular para distraerse en el viaje hasta llegar, a las 08:00.

Álex labora en el sector obrero, en el área de instalación, y se desplaza desde La Puntilla hasta Ciudad Celeste.

Para su retorno, se sube en la misma línea de bus que lo llevó, que cuesta $ 0,40 el pasaje; con aire acondicionado, $ 0,50. Se queda casi en el centro y toma los otros dos buses. En total se hace una hora y media. Como Jairo sale a las 16:30, está llegando a las 18:00 y evita un poco el tráfico.

Ya te acostumbras. No siento el viaje porque ando distraído con el celular”, comenta Álex, y agrega que si tuviera vehículo el trayecto se reduciría a 45 minutos.

Esa idea la pretende hacer realidad en el futuro, menciona. “Es un plan a futuro. Tenemos dos niños y yo alquilo. Hacerlo a corto plazo es complicado, pero sí lo tenemos planificado para el largo plazo”, asegura.

Álex gasta $ 2 diarios en bus, lo que equivale a $ 40 durante el mes. Y si toma el bus con aire acondicionado, gastaría $ 42. (I)