El presidente electo, Guillermo Lasso, y el vicepresidente electo, Alfredo Borrero, recibieron este miércoles las credenciales del Consejo Nacional Electoral (CNE), en el Centro Cultural Metropolitano de Quito.

Lasso, en su discurso, defendió la legitimidad del proceso electoral e indicó que su Gobierno hará eco de esa legitimidad buscando el “encuentro” de todos los ecuatorianos.

Dijo que aceptó la credencial con profunda humildad y hará todo lo humanamente posible para estar a la altura de “tan soberano encargo”.

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A continuación el discurso completo del mandatario electo.

Señores del CNE, autoridades aquí presentes.

Es con profunda emoción que hoy he venido hasta aquí acompañado de mi esposa, mis hijos, y mi familia, para recibir la credencial que certifica los resultados de las elecciones del 11 de abril.

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Cada uno de ellos ha hecho este recorrido conmigo, sosteniéndome a cada paso con su amor. Y si fuera posible, en un mundo ideal estuvieran dando este paso final también conmigo, recibiendo esta credencial junto a mí en este mismo estrado. Ustedes lo merecen tanto como yo.

Hoy celebramos, señores consejeros, la exitosa culminación de un proceso que ha exigido del tiempo y esfuerzo de cientos de ecuatorianos para cumplir con el más solemne acto democrático: la expresión soberana del pueblo.

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Por todo ese trabajo que ustedes, los miembros del Consejo Nacional Electoral, han sabido conducir en medio de una pandemia, quiero decir las siguientes palabras no en calidad de Presidente Electo, sino como un ciudadano más: GRACIAS. Gracias por unos comicios transparentes que han traído alivio y paz en tiempos tan duros.

Este proceso ha sido revestido con un halo de confianza reconocido tanto por fuerzas políticas dentro del Ecuador, como por observadores imparciales más allá de nuestras fronteras.

Y es justo que así sea. Porque llevar a cabo una elección no consiste meramente en contar votos. Su misión es más profunda y a la vez delicada, pues radica sobre todo en garantizar la legitimidad del mandato popular. Una legitimidad que nosotros hoy recogemos y que se verá reflejada en el accionar de nuestro gobierno. En cada ayuda social. En cada empleo que crearemos. En cada mujer que protegeremos de la violencia.

La credencial que hoy recibo simboliza toda esa confianza. La acepto con absoluta humildad. Y declaro aquí, en este evento democrático, que haré todo lo humanamente posible para estar a la altura de tan soberano encargo.

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* * *

¿Pero qué significa exactamente el mandato recogido en este proceso?

Aquel 11 de abril, el Ecuador cambió.

Durante más de diez años, muchos ecuatorianos vivieron con miedo del autoritarismo. Nos sentimos agredidos. Intimidados. Arrinconados. Quienes alzamos la voz para protestar sufrimos persecución y continuos vejámenes sabatinos.

Muchos ecuatorianos desilusionados llegaron a pensar que quienes gobernaban no entregarían nunca el poder, como efectivamente está sucediendo hoy en Venezuela.

Hicieron reformas para reelegirse indefinidamente. Nos hablaron de quedarse décadas. Hubo quienes pensaron que ese ciclo de miedo y amenazas no se rompería nunca.

Y a pesar de todo, el 11 de abril el Ecuador demostró en las urnas su incontestable voluntad de cambiar.

¿Qué nos dio la fuerza para concretar ese cambio? Encontrarnos mutuamente. Encontrar todo lo que tenemos en común. Comprender que cada uno de nosotros tiene una causa, una contribución que hacer a su país. Y que aunque éstas puedan parecer divergentes en la superficie, en el fondo no lo son.

Nos dimos cuenta de que si juntamos nuestros ideales somos capaces de construir un mejor Ecuador donde todos tenemos cabida. Un país más justo con las mujeres; más respetuoso de la naturaleza; más equitativo con nuestra ruralidad; más solidario con los necesitados.

Un Ecuador donde no hacen falta caudillos para imponer su única voluntad a gritos. Un Ecuador donde el presidente sea, ante todo, el instrumento de esa voluntad de encuentro ciudadano.

Aprendimos que sólo hay una respuesta posible ante el autoritarismo: democracia, democracia y más democracia. Decidimos ahogar el mal en abundancia del bien. De esa forma nos unimos alrededor de aquel símbolo de esperanza que hemos denominado el Ecuador del Encuentro.

* * *

Ese es el mandato del 11 de abril. Y sin embargo, me apena decir que muchos políticos aún no aprenden una lección tan sencilla.

Hay una frase que proviene de la antigüedad y que hoy se puede aplicar a la política ecuatoriana. Dice “temo a los griegos, incluso cuando traen regalos”. Me recuerda al episodio vivido en nuestra asamblea la semana pasada.

En este caso particular, el regalo en cuestión vino con un nombre que sonaba tentador: “gobernabilidad”. Aquel era el regalo que algunos políticos darían al gobierno entrante como inauguración.

Y claro, sonaba bien. Después de todo, la situación que enfrentaremos será muy dura. Nos hablaron mucho de aquel 47% de ecuatorianos que no votó por nosotros. Y eso es absolutamente justo y democrático.

Pero pensemos bien, en el sentido de esos votos.

Como todos los ecuatorianos, aquel 47% votó por unos valores. Votaron por justicia económica, social y política. Por un país más equitativo, más solidario, que saque del abandono a una gran parte de la población que vive mayoritariamente en la costa. Todo eso es cierto.

Pero no es cierto que hayan votado por la impunidad, ni por la corrupción, ni por la intromisión en decisiones judiciales. Sobre todo, nunca aceptaré que se use a esos ecuatorianos y sus justísimos anhelos como moneda de cambio en un trueque político. Usar la herramienta democrática más directa y sagrada que tienen - sus votos - para obtener beneficios judiciales sería la desviación más perversa que se le puede dar al sufragio. Es la manera más segura de echar abajo todo el edificio democrático que queremos construir. Equivaldría a usar a los ciudadanos como rehenes de los políticos y eso es inaceptable. Eso ya lo combatimos en campaña y lo seguiremos combatiendo desde la Presidencia.

Ceder ante la tentación de esa supuesta gobernabilidad produciría exactamente lo contrario. Generaría más desconfianza en los políticos y, por extensión, en todo el sistema. Y ahí sí se destruiría la gobernabilidad que tanto prometen, el regalo que tanto tratan de ofrecernos. Mi responsabilidad como futuro jefe de estado es preservar, ante todo, la honorabilidad y confianza que los ciudadanos tienen en sus instituciones y en la cosa pública. Y es esa, señores, la base de toda gobernabilidad.

No se trata de una pelea con el pasado. “Si abrimos una disputa entre pasado y presente, encontraremos que hemos perdido el futuro”, dijo Churchill. Se trata de que hoy aquí iniciamos el camino hacia una democracia plena. Quien no haya usado el poder para perseguir, que no tema. Quien no haya permitido que se produzcan excesos, que no tema. Aquello que creen que es persecución es simplemente la luz ciega de la justicia independiente que empieza a brillar en el Ecuador. Y todo buen político debe darle la bienvenida ocupando el lugar que le corresponde, que es por debajo de la ley, no por encima de ésta a través de supuestas comisiones de la verdad.

* * *

Nosotros escogemos el camino más difícil: el de la democracia plena. Y ojo: nadie ha dicho que será fácil. La democracia requiere esfuerzo. Requiere voluntad para comprender al otro. Se va a necesitar dedicación, paciencia y tolerancia. Inclusive podría requerir de aparentes derrotas pasajeras para alcanzar la victoria final y definitiva.

Pero al final… vale la pena. Les aseguro que vale la pena.

Yo soy un demócrata porque creo en la belleza de los sueños y su poder para inspirarnos. Porque la democracia es, sobre todo, una invitación a soñar. Una promesa constante de que podemos realizar todas nuestras potencialidades.

Por eso, estar aquí ante ustedes trae a mi mente el recuerdo de un niño.

Un niño que desde temprano en su adolescencia sintió la escasez en carne propia. Vivió la incertidumbre de no saber qué pasaría con su futuro inmediato. ¿Les alcanzaría a sus padres para que pueda estudiar?

Era un adolescente demasiado inocente, tal vez. Pero se dio cuenta de que el temor no lo llevaría a ningún lado. Decidió no condenar al mundo ni a su país por las dificultades que lo agobiaban. Simplemente las asumió como un desafío y una motivación.

Así, apenas cumplidos los 15 años, empezó a trabajar para pagarse los estudios del colegio que él se rehusaba a abandonar.

Algunos días, cuando su modesto sueldo se lo permitía, él se daba el pequeño gusto de invitar al cine a su padre, que ya había entrado en sus setenta y tantos años. Y si es que era una semana particularmente buena, el gusto supremo consistía en pagar la cola y el canguil.

Luego, las tareas que iba acumulando en el trabajo le impidieron estudiar la universidad. Pero la vida misma, el mundo profesional, se convirtió para él en un aula aún más grande. Sus tesis de grado fueron los proyectos que puso en marcha. Sus exámenes fueron los miles de problemas que tuvo que solucionar cada día, año tras año, para sacar adelante sus emprendimientos.

Y durante todo ese tiempo nació en él una reflexión social, primero incipiente pero luego incesante, que después se transformaría en una incontenible inquietud política: ¿cómo construir una sociedad de oportunidades para jóvenes como él, que habían tenido que enfrentarse a la adversidad?

En el camino de la vida se topó con ecuatorianos luchadores e idealistas. Pero también debió sufrir a malos políticos que lo mandaban a uno a callar, que insultaban, que erosionaban constantemente las libertades democráticas, y que intentaron asesinar su reputación. Entonces se dio cuenta de que la palabra democracia no era un concepto abstracto sino que es, sobre todo, el derecho que todos tenemos a un entorno donde podemos dar lo mejor de nuestros talentos y perseguir lo que dictan nuestros sueños.

Nunca perdió la fe en su país. Y aquel mismo espíritu perseverante y optimista lo obligó a continuar hasta que hoy está aquí, ante ustedes, recibiendo este encargo, dispuesto a seguir luchando con el mismo idealismo que lo impulsó hace ya cincuenta años.

Hoy ese niño está aquí recibiendo esta credencial de sus conciudadanos. Prometiendo guiarlos por el único camino que ha recorrido en su vida. El camino de la honestidad, del respeto, del trabajo duro, constante, socialmente consciente. Sobre todo, el camino de la democracia, un marco donde todos cabemos, donde todos podemos luchar para conseguir en paz lo que nos proponemos.

Esta credencial es, sin duda alguna, el título de mi vida. No solo porque me acredita para ejercer el más importante encargo que se le puede entregar a un ciudadano, sino porque resume mi ciclo de vida. Es el acuerdo democrático que me obliga a poner todas mis capacidades en la gestación de soluciones a las crisis que nos aquejan.

Sobre todo, la recibo con el objetivo de recobrar la ilusión colectiva. Vamos juntos a levantarnos y restaurar la promesa de la democracia ecuatoriana, de un país que garantiza la oportunidad de vivir en libertad, bajo nuestros valores y principios, siguiendo nuestros propios sueños.

Es ese profundo anhelo el que está encapsulado en el documento que hoy tengo el honor de aceptar. Más que la credencial de un presidente electo, allí vive la voluntad de un pueblo que se decidió a cambiar.

Y esa voluntad vivirá también aquí dentro, en este corazón, fundida para siempre con la mía.

Muchas gracias. Y que viva el Ecuador. (I)