A los 10 meses del gobierno de Lenín Moreno, y casi al mes de haber salido sin pena ni gloria del Ministerio de Finanzas, Carlos de la Torre, en una entrevista con diario Expreso, cuenta la verdad al Ecuador: la situación económica es crítica. Lanza varios bombazos: “(vivimos) una situación en la que el tiempo juega en contra”; y las cuentas fiscales están a punto de llegar a “líneas rojas”. Mientras estuvo como ministro se hizo una programación de gastos hasta mediados de año, pero los recursos –admite hoy De la Torre– se están reduciendo más rápidamente de lo imaginado. El panorama se pinta dramático: frente al agotamiento de las fuentes de financiamiento, el país se ve abocado a generar ingresos estables –seguramente nuevos impuestos– y a restringir el uso de divisas –limitar las importaciones–.

Después de haber defendido el enfoque de política económica del anterior gobierno, de mostrarse muy parco a la hora de cuestionar la herencia recibida –a pesar de que Moreno la puso en duda desde el inicio– y de encubrir los niveles de endeudamiento del país, las afirmaciones del exministro pueden tomarse como una muestra de penosa deshonestidad intelectual. Junto al exministro Patricio Rivera nunca fueron transparentes con el país para mostrar la realidad económica y los niveles de endeudamiento alcanzados. Al contrario, encubrieron sistemáticamente ambas realidades. Rivera debiera ser enjuiciado políticamente por haber facilitado la firma de préstamos con cláusulas de confidencialidad, como ha denunciado la Contraloría General del Estado. Por esos convenios, el país todavía no sabe cuánto debe, cómo se contrataron los préstamos ni para qué exactamente sirvieron. El exministro Rivera debe explicarle al Ecuador su conducta irresponsable y demagógica.

La deshonestidad intelectual tiene, en el caso de los dos exfuncionarios, una explicación: la defensa ideológica de una política económica más allá de un principio mínimo de objetividad. Supone encubrir sistemáticamente la realidad para no mostrar la precariedad y fisuras de sus enfoques de política económica. De la Torre reconoce hoy la situación dramática después de haber encubierto la realidad durante meses. La deshonestidad intelectual de economistas autodefinidos como heterodoxos muestra que cayeron prisioneros de sus propios dilemas ideológicos: no están en condiciones de reconocer el fracaso de la política del anterior gobierno por excesos inaceptables en el gasto fiscal, una comprensión limitada de los equilibrios macro, y haber ahogado los mecanismos de mercado que impulsan el crecimiento.

Por ocultar sus errores, por no admitirlos frente a sus adversarios neoliberales, cayeron en deshonestidad intelectual. De la Torre lanza semejante bombazo cuando ya está fuera del gobierno. Rivera, por su parte, fue el ejemplo más triste de arrogancia arropada en ideologismo. Se convirtió en una máquina repetidora –la más radical, obsecuente y descalificadora– de las tonterías de Correa. Estos malos economistas heterodoxos, que proclamaron el fin de la larga noche neoliberal, que anunciaron una agenda posneoliberal sin saber qué mismo era ni cómo volverla viable, condujeron al Ecuador a un escenario doloroso de ajustes. Y ahora, en un falso arranque de sinceramiento, anuncian la debacle. Eso se llama deshonestidad intelectual. (O)