“Yo jamás he comprendido cómo se puede amar al vecino. Es precisamente al vecino a quien no se puede amar. Solo se le puede querer a distancia”. Mediante esta cita, puesta por Dostoyevski en los labios de Iván Karamazov, el novelista ruso nos quiso decir que amar a la humanidad es fácil, pero amar a tu vecino casi imposible. Mientras el prójimo sea una mera abstracción, un fantasma alejado del día a día entonces compadecerse de él es sencillo. La pregunta es qué vas a hacer cuando venga y te toque la puerta. Durante años, el sufrimiento del pueblo venezolano fue para nosotros una abstracción. Mientras ellos sufrían en su tierra, nuestra boca (y cuentas de Twitter) estaban llenas de palabras de compasión por las tribulaciones de “nuestros hermanos”. Pero ahora ya no sufren de lejos, sino que sufren en nuestras calles. Han dejado de ser parte de esa abstracta humanidad.

El “Éxodo Venezolano” será quizás la crisis humanitaria más apremiante que enfrentaremos directamente en nuestras vidas y la respuesta que demos definirá a perpetuidad el carácter moral de nuestra generación. Las decisiones que tomemos hoy sobre este tan delicado tema tendrán largas repercusiones. La creciente xenofobia que empieza a infectar nuestro discurso diario es, por lo tanto, una vergüenza que será sentida no solo por nosotros, sino por nuestros hijos y nietos. Nosotros fuimos la generación que por diez años entregó nuestra patria a las garras de una dictadura, ¿también será nuestra generación aquella que les negará refugio a las víctimas de otra?

Durante toda una década, nuestro gobierno explícitamente apoyó al régimen venezolano sabiendo perfectamente los abusos políticos y la decrepitud económica que Chávez y luego Maduro causaban en nuestra nación hermana. Aún hoy ahí se oyen voces de apoyo al chavismo. Nuestros gobernantes, por conveniencia política y seudoafinidad ideológica, no solo que no denunciaron el despotismo, sino que activamente le dieron su aprobación. Querámoslo o no, indirectamente el caos producido por la masiva migración venezolana es parcialmente culpa de nuestros propios mandantes, por lo que desentendernos del problema simplemente no es una opción. Algo le debemos a ese migrante. Aplaudimos a su atormentador, ahora no podemos cerrarle las puertas.

Algo de verdad hay cuando se dice que una política de migración abierta solo puede ser un parche o paliativo temporal ante esta crisis. La raíz del problema se encuentra sentada en el Palacio de Miraflores. ¿Hasta cuándo América Latina tolerará los abusos y miseria causados por el régimen madurista? A estas alturas sabemos muy bien que el pueblo venezolano se halla tan anémico y aplastado que una solución interna es prácticamente imposible. Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto Nazi, acertadamente indicó que cuando se trata de atentados contra la dignidad humana las fronteras y sensibilidades nacionales devienen irrelevantes. Sabemos que una intervención es necesaria, pero parece ser que nuestro pacifismo latinoamericano es tan selectivo como nuestra compasión. Nuestro amor por el prójimo solo aplica mientras ellos se queden de su lado de la frontera y nosotros no tengamos que cruzar las nuestras. Parece ser que Iván Karamazov tenía la razón.(O)