El éxodo venezolano en el continente aumenta durante el 2018 más de lo esperado.

Como ya habíamos apuntado en la columna ‘Sueños migratorios’ del 9 de marzo (https://www.eluniverso.com/opinion/2018/03/09/nota/6657484/suenos-migrat...), lamentablemente la situación venezolana se deteriora cada día, cada hora, con cada decisión del Gobierno, incentivando la migración, alcanzando niveles insospechados.

Adicionalmente, las recientes medidas económicas anunciadas por Nicolás Maduro y su equipo económico, lejos de resolver empeoran la situación.

Tras una nueva devaluación equivalente al 95,8%, un nuevo cambio de la unidad monetaria (que eliminó 5 dígitos al bolívar), un nuevo aumento del salario mínimo equivalente al 3.600%, junto a los tradicionales mecanismos de control de la economía y persecución de comerciantes, además de un intento de dolarización indirecta, sin dólares, respaldo ni credibilidad alguna, a través de la cripto-moneda denominada “petro”, todo está peor. Los primeros resultados lo confirman: mayor escasez, mayor inflación, más colas, más incertidumbre y cerca de 200 personas detenidas por “delitos económicos”, aumentando aún más presión para aquellos que quieren salir de Venezuela para salvar sus vidas.

¿Soberana insensatez o maquiavélico ingenio? ¿Consecuencia azarosa o cálculo preciso? Desconocemos la intencionalidad detrás del proceso de toma de decisiones económicas del Ejecutivo, no obstante, esperar resultados distintos tras aplicar las mismas medidas que originaron el desastre, no es indicio de genialidad ni de buena voluntad.

Las consecuencias de la crisis venezolana no se mantienen dentro de las fronteras nacionales, sino que se expande sobre muchos de los países latinoamericanos, Estados Unidos y Europa, por lo que los distintos países han comenzado a responder, aunque de manera descoordinada, unilateral y como simple reacción a un problema que no han comprendido.

Las consecuencias de la crisis venezolana no se mantienen dentro de las fronteras nacionales, sino que se expande sobre muchos de los países latinoamericanos, Estados Unidos y Europa, por lo que los distintos países han comenzado a responder, aunque de manera descoordinada, unilateral y como simple reacción a un problema que no han comprendido.

No obstante, la Declaración de Quito sobre Movilidad Humana de ciudadanos venezolanos en la Región firmada por 11 países el 4 de septiembre de 2018 representa un giro de 180 grados para revertir la inacción internacional, que deja muy claro que hace falta mucho más trabajo, muchos más recursos y mucha más claridad para atender la crisis.

Quizás lo primero que debe reconocer la región es que quienes huyen del país lo hacen porque sus vidas corren peligro, ya sea por la escasez de comida, medicinas y demás bienes esenciales para sobrevivir, o por que son víctimas de la persecución política. En este sentido, debe quedar claro que los migrantes venezolanos son refugiados.

Lo segundo que debe reconocerse es que la causa detrás de la migración forzosa de venezolanos es el Gobierno venezolano y sus políticas.

Si se desconocen o simplemente se minimizan estos dos factores, la comunidad internacional estará simplemente incapacitada para comprender y atender la crisis.

Por su parte, los organismos multilaterales también lucen sobrepasados, como de costumbre, para atender la situación. Dependientes como son de la burocracia multilateral y de la construcción de grandes consensos internacionales, esperan que se resuelvan las luchas políticas (y geopolíticas) insolubles que las atraviesan.

Este contexto apunta la necesidad de buscar soluciones coordinadas por pequeñas alianzas entre los países que mayor cantidad de refugiados reciben, especialmente Colombia, Ecuador, Perú y Brasil, así como la participación de organizaciones no gubernamentales (ONG) internacionales especializadas en apoyo a refugiados.

Por último, y no menos importante, la crisis de refugiados venezolanos demanda la participación de la sociedad civil especializada en atención a refugiados, así como en derechos humanos en los países de acogida, pues son quizás estas instituciones las que mejor pueden canalizar el capital social y la solidaridad que caracteriza a los latinoamericanos.(O)