Como en cualquier otra carrera, tanto mujeres como hombres cursamos igual número de años de estudios universitarios en Medicina. Obviamente, nos sometemos a las mismas pruebas de evaluación de ingreso a la universidad y a los mismos exámenes para la aprobación de cada asignatura. Las mujeres, sin embargo, tenemos mayor riesgo de sufrir diferentes tipos de acoso e intimidación durante nuestros años de estudio. Algunas deciden ser madres en esta etapa de su vida y, entonces, tendrán que redoblar esfuerzos para desempeñarse como madres y como estudiantes. Esas son unas pocas, entre muchas otras circunstancias, que hacen particularmente especial el camino que deben recorrer las mujeres que quieren ser médicas. Justo es reconocer que uno de los tantos logros del movimiento feminista –y de determinadas mujeres– ha sido que las mujeres puedan ejercer su legítimo derecho a la práctica profesional de la medicina.

No obstante los múltiples y reconocidos avances que las mujeres han conquistado, en el campo médico todavía hay mucho camino que recorrer y logros que alcanzar. A diferencia de otras profesiones, la formación médica realmente empieza una vez que se ha concluido la universidad. Al igual que los varones médicos, la mujer médica aspira a realizar un posgrado, que le demandará como mínimo cuatro años más de estudios. Pero la posibilidad de la maternidad durante la residencia hospitalaria de posgrado crea cierto grado de resistencia para la aplicación a una plaza. En general, además, todavía cuesta aceptar que una mujer quiera especializarse en urología, o cirugía general, o cirugía cardiovascular, o neurocirugía, o cirugía reconstructiva, o cuidados críticos, entre otras especialidades que requieren procedimientos de intervención en el paciente. Las especialidades clásicamente aceptadas para las mujeres siguen siendo pediatría, ginecología, dermatología, salud pública. Aunque poco a poco se van incorporando mujeres a otras especialidades, todavía se escucha a muchos pacientes preferir médicos varones cuando se trata de enfermedades graves o complicadas.

En febrero de 2017, un equipo procedente de la Universidad de Harvard publicó en JAMA Internal Medicine un estudio que evaluó el índice de mortalidad y de readmisiones en 30 días de más de un millón de pacientes de Medicare con edad promedio de 80,2 (+/-8,5) años (periodo 2011 a 2014). El objetivo del estudio era determinar si esos índices diferían entre los pacientes según fueron tratados por médicos varones o mujeres. Luego de un análisis estadístico riguroso se concluyó que los adultos mayores tratados por médicas tuvieron menor mortalidad y readmisiones comparándolos con quienes fueron tratados por varones. Son varios los estudios publicados que evidencian que hombres y mujeres ejercen la medicina de manera diferente. Las mujeres se adhieren más fácilmente a las guías clínicas, examinan al paciente con mayor detalle, proveen más cuidado preventivo y apoyo psicosocial, y ejercen mejor la comunicación centrada en el paciente.

Contrariamente a lo que se esperaría, la discriminación por género también ocurre en el ámbito sanitario a nivel mundial. Los varones suelen recibir mayores reconocimientos que las mujeres y la brecha salarial en general bordea el 25% en perjuicio de las mujeres médicas. Aún queda mucho por hacer. (O)