Cuando apareció en 2004 –hace 15 años, remarco– la Antología Esencial Ecuador Siglo XX superaba las 2.000 páginas en cinco tomos bajo cinco ejes temáticos –cuento, poesía, novela breve, crítica literaria y ensayo–, una selección ejemplar de lo mejor de la literatura ecuatoriana, acompañada por amplios estudios introductorios. La publicó la prestigiosa editorial Eskeletra y había sido el resultado de un trabajo empezado, aproximadamente, el año 2000. Me enteré tarde de la publicación de la antología. Yo vivía en Barcelona y solo supe de ella años después en un viaje a Ecuador. Me alegró que incluyeran un trabajo mío en la antología de cuento, colocándome como uno de los autores más recientes, de hecho era el último (aclaro, casi de inmediato se reimprimió ese tomo y la última fue Lucrecia Maldonado). Mi alegría, sin embargo, no dejaba pasar por alto la violación de mis derechos de autor. Nunca me solicitaron ninguna autorización para reproducir el cuento, mucho menos me pagaron mis derechos de autor, y como si ambas cosas no fueran suficientes, ni siquiera me hicieron llegar un ejemplar de cortesía, tomando en cuenta que se trataba de cinco tomos no precisamente baratos. Era una edición muy hermosa, con tomos cosidos y en un estuche que los reunía. Este estribillo de que se salten los derechos de autor de los escritores ecuatorianos se repite con frecuencia. Algo ha cambiado en estos últimos 15 años, o al menos eso quiero creer, pero la verdad es que se pasa por alto algo fundamental e indispensable: respetar los derechos de propiedad intelectual, o, al menos, cumplir con una cortesía retrospectiva.

Con los años, uno se vuelve de sangre ligera frente a estos sutiles atropellos y sigue adelante. Espera y sigue esperando que quienes cometieron el atropello se den cuentan. Y así uno se la puede pasar esperando como me pasó a mí. Así que pensé borrón y cuenta nueva. Pero cuando se reincide, el asunto va a mayores: el error o el descuido pasa a ser mala fe. Y sobre todo cuando se va más allá de la implicación personal y se comete un despropósito cultural. Y así ha ocurrido.

Esa monumental antología ha sido reeditada recientemente por el actual Plan Nacional del Libro y la Lectura José de la Cuadra. Cuando volví a ver estos cinco tomos, por pura casualidad, ya que nunca los he visto disponibles en librerías, pensé que era una especie de déjà vu, de algo ya visto, como si se repitiera fantasmáticamente lo que había ocurrido, repito, 15 años atrás. Abrí los tomos y, como suponía, seguían los mismos cuentos –el mío incluido– y el mismo contenido en ensayo, poesía, crítica literaria y novela breve. Algo dramático ocurrió de por medio: tres de los prologuistas (Adoum, Rodríguez Castelo y Donoso Pareja) fallecieron en estos quince años. Quizá por esto ver la antología reeditada “tal cual” me dio la sensación fugaz y perturbadora de que el tiempo se había detenido. De que nada había cambiado, salvo el diseño editorial, muy bien logrado, en tapa dura y con el mismo estuche simpático de la primera edición. En el interior hay una información curiosa: “Esta edición de 178 colecciones comprende cinco tomos”. Y a continuación la información de que la editorial cede los derechos para la reproducción de los textos. Y allí uno se pregunta si es posible ceder los derechos “de otros” cuando nunca los recibieron, porque que yo sepa ni a mí ni a varios más de los autores incluidos se nos avisó la primera vez, cuando fue un proyecto de una editorial privada, y menos ahora, cuando es un proyecto que implica una institución del Estado, que se supone debe velar por los derechos de sus ciudadanos.

¿Qué destino tienen estos 178 ejemplares, en un formato que no es precisamente accesible para el joven lector? Quiero suponer que van destinados a bibliotecas y que se tratan de un obsequio bibliográfico que tiene un propósito educativo, de consulta, si no fuera porque la consulta ya queda desfasada por anacrónica. Así que vuelvo al tiempo detenido. El contenido del libro sigue siendo el mismo. Las fichas de los autores se quedaron en sus libros publicados antes de 2004. En resumen, como si nada hubiera ocurrido a lo largo de los últimos quince años para esos mismos autores, y como si tampoco nada hubiera ocurrido en la literatura ecuatoriana, que ha seguido avanzando e incorporando a decenas de nuevos escritores. Por ejemplo, la antología de poesía se detiene también en una última poeta: María Fernanda Espinosa. Mucha agua ha corrido bajo el puente, por supuesto. Pero que no se dé cuenta de nuevos poetas como Ernesto Carrión, Edwin Madrid, Juan José Rodinás, Aleyda Quevedo, María Auxiliadora Balladares, Augusto Rodríguez, Carla Badillo, Fernando Escobar Páez, Ana Minga, y tantos más, con la repercusión internacional que han tenido muchos de ellos, me parece un despropósito mayor. Y no se diga en cuento, crítica, ensayo literario y novela breve.

Lo que empezó como malos modales literarios –no solicitar autorización a los autores, algo que tuvo recientemente antecedentes con el mismo Plan Nacional del Libro y la Lectura– se han vuelto malos modales editoriales y educativos. ¿Hacia dónde se dirige este Plan Nacional del Libro y la Lectura? ¿A despropósitos como este? ¿A seguir cometiendo delitos de propiedad intelectual por la prisa y la falta de rigor? ¿Quién responde de esto? Como para que luego no se tengan sospechas de que la gestión editorial a través de entidades del Estado sigue empantanada en un desinterés por el libro, en un laberinto burocrático de preferencias y amiguismos donde sigue perdiendo la literatura y ganando unos pocos con ediciones, sí, bien cuidadas y bien impresas, pero que duermen el sueño de los justos en las innumerables, oscuras y olvidadas bodegas de instituciones estatales. (O)