Dice un viejo refrán que “la justicia tarda pero llega”. Una frase profunda, que bien pudiera considerarse como una crítica directa al sistema judicial ecuatoriano. Con vergüenza debemos decir que en este caso, la pobre fue secuestrada por el poder político, que la mantuvo sorda, ciega y muda frente a un colosal atropello.

Luego de muchos años de aguantar (sí, de aguantar con uñas y dientes) la arremetida del Gobierno, finalmente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha ordenado al Estado ecuatoriano que pida públicas disculpas a los directivos de Diario EL UNIVERSO y al periodista Emilio Palacio, y se los indemnice económicamente.

También ordena la Comisión que el Estado ecuatoriano debe ajustar sus normas legales a aquellas que contempla la Convención Americana de Derechos Humanos, en materia de libertad de expresión.

La resolución de la CIDH es humillante, avergonzante. Como todo el juicio. Como todo el episodio. Por suerte, la justicia llegó aunque sea en un foro distinto. Obviamente, no en las cortes locales. Tal vez eso se les olvidó a quienes iniciaron el proceso.

Creer que la justicia propia es el principio y el fin de la justicia es un error garrafal que hoy les pasa factura.

Ya no caben más análisis ni comentarios sobre un caso que avergonzó hasta lo más íntimo al sistema de justicia ecuatoriano. Este artículo solo intenta ser una corta reflexión sobre lo efímero del poder y la falta de conciencia de la clase política sobre su condición de “aves de paso”.

Si en el 2011, en pleno apogeo del correato, alguien se hubiese atrevido a vaticinar este presente que vivimos, hubiera sido tildado de equivocado o de loco. Y ocho años después, casi toda la plana mayor, esos fervientes acólitos y acusadores en este ilegal proceso, están fugados, enjuiciados, escondidos y señalados. Una dura lección de humildad para quienes pensaron que su dominio duraría por todos los siglos.

Nadie, absolutamente nadie, consideró un desenlace tan insólito para un gobierno que se creyó –y se convirtió en– dueño de todas las instituciones y decisiones de un país, que no pudo y no quiso librarse del poder absoluto, en medio de las conveniencias y el silencio cómplice.

Ojalá este capítulo que hoy se está cerrando sirva de ejemplo para las nuevas generaciones de políticos de nuestro país. Aquellos que han ido creciendo con el mal ejemplo de la prepotencia y la soberbia del poder. Para que miren el espejo del futuro y se den cuenta de que en esta vida nada es eterno ni absoluto.

El poder es una herramienta que debe utilizarse para servir. De lo contrario, más temprano que tarde, la justicia llega. (O)