Me es grato compartir con los amables lectores de EL UNIVERSO los recuerdos de las celebraciones de las fiestas decembrinas de hace casi 60 años.

En las casas de las familias de escasos recursos donde era difícil adquirir un arbolito importado, el padre de familia dirigía la elaboración del árbol que se hacía pintando con anilina color verde un palo de escoba previamente perforado simétricamente, por cuyos agujeros se atravesaban trozos de alambres, eran forrados con papel celofán verde finamente picados (tarea netamente femenina) lo que conformaba las ramas, en cuyas puntas se ponían unas bolitas de algodón color rojo. El árbol era tenuamente cubierto con una finísima capa de algodón dando la apariencia de nieve. La iluminación consistía en juegos de luces de 8 a 16 focos de diferentes colores. Las bolitas eran de material frágil.

Las madres de familia se afanaban preparando la ropa especial que habrían de usar los miembros de la casa. Los actos cumbres eran la entrega de juguetes y la misa de gallo, el 24 de diciembre en la Nochebuena en las casas que podían, se realizaba una cena que consistía de pan dulce y chocolate elaborado con cocoa y leche en polvo. Ya el día 26, pasada la algarabía de la Navidad, los muchachos del barrio como estábamos de vacaciones, planificábamos la elaboración del año viejo.

Para la elaboración del año viejo nos dedicábamos a recorrer los talleres de carpintería que en aquella época eran abundantes en nuestros barrios, y comedidamente solicitábamos el aserrín y la fina película de madera llamada viruta, cuya mezcla de estos productos servía para rellenar los muñecos hechos de piezas de ropa que algunos de los chicos aportaban, tomándolas del ropero de los padres. Solamente los zapatos eran devueltos, el resto era quemado junto con “los malos recuerdos” del año que estaba por terminar.

Cada chico del grupo aportaba con 10 o 20 centavos hasta completar el sucre que era el valor de una careta de cartón pintada, que representaba al político de moda. El valor de la careta era muchas veces triplicado gracias a los donativos de los caminantes del barrio que respondían a nuestro insistente pedido de “una caridad para el año viejo”.

No quisiera terminar esta reseña sin contarles una pequeña anécdota muy personal. En cierta ocasión no fue imposible confeccionar nuestro año viejo y como no podíamos privarnos del pasatiempo más importante del año, acordamos comprar una careta y el más crecidito del grupo accedió a sentarse a la puerta de su casa con la careta puesta, y eso nos permitió pedir “una caridad para el año viejo”.(O)

Rodolfo A. Noboa Bohórquez,

ingeniero químico, Guayaquil