Al inicio de un nuevo año hay una serie de misterios no resueltos que aparecieron en el año 2019, como el hecho de que las frustraciones ciudadanas van creciendo en directa proporción a la calidad que se supone trae consigo la economía. Coincidimos en que crecimiento no es igual a desarrollo y que la macro puede no alcanzar a la micro. Que estamos más y mejor informados, lo que genera un nivel de expectativas superior que no pueden nuestros gobiernos resolver y que eso lleva a fallas estructurales y reacciones volcánicas en las calles. De fondo, hay ciertas explicaciones culturales, como el hecho de que manifestaciones multitudinarias en Santiago o en Caracas no logran traducirse en grandes cambios y, sin embargo, menos masivas pero fuertes, como en Asunción o en La Paz, sí lo consiguen. Hay cuestiones misteriosas, como el hecho de que uno de los países con mejor cobertura social como Francia tiene un nivel de malestar altísimo que pone en riesgo al gobierno de Macron. Creo que el nivel de lo que se espera de la democracia es demasiado alto para gobiernos que creen que gerenciarla como siempre es todavía suficiente.

El principal enemigo es la mentira. Gobiernos que dicen que han sacado a millones de la pobreza con subsidios de 200 dólares mensuales se exponen y, con absoluta justificación, al enojo y furia de la gente cuando le suben centavos en el precio del autobús, como en Sao Paulo en el 2013, que fue el inicio de la caída del PT. La arrogancia de los gobernantes de Chile despreciando la realidad cuando afirman que si quieren pagar menos en el subterráneo que se levanten más temprano y tendrán una tarifa más baja. Estupidez con mentiras resulta un coctel fatal que puede acabar con cualquier gobernante por más experimentado que parezca. Los políticos tienen que volver a hablar con la verdad, la misma que invocó Churchill cuando les dijo a los británicos que solo les prometía sangre, sudor y lágrimas. Era la única verdad que proponía en medio de unos bombardeos a Londres y con una segunda guerra mundial en pleno desarrollo. Cuando finalizada la contienda intentó ser reelecto, el pueblo inglés le dijo que no lo quería más. Churchill se refugió en Francia intentando entender el misterio del rechazo luego del triunfo en la contienda. Hay que sincerarse con el pueblo aunque eso genere rechazo, mofa o desprecio y deben hacerlo por una cuestión de sobrevivencia y de codicia. Deben ser claros en torno a la realidad del gobernar al punto de llegar al escándalo de decir que por favor no roben más de un dígito el dinero público, como lo afirmó alguna vez el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso. La verdad no sube ni baja las expectativas, solo la coloca en su real dimensión.

El que ingresa a la política por una cuestión diferente al servicio, le va a ir mal. El ejercicio de esta labor ha dejado de ser un espacio para los resentidos, arrogantes y faltos de cariño, afecto o reconocimiento. Gerenciar en democracia es una tarea gris, rutinaria y creativa como ninguna. No se puede tampoco aparentar lo opuesto por mucho tiempo y el inútil puede acabar siendo un imbécil cuando pregunta por qué lo echaron, como lo hizo Evo Morales en el exilio.

Las expectativas ciudadanas deben ser establecidas con el rasero de la verdad. Su altura determinará la sobrevivencia de una administración o su fracaso. Estamos asistiendo al fin de la mentira en política y eso no es poca cosa para una subregión acostumbrada a vivir faltando a la verdad. (O)