El cristiano es persona humana, que nace y se desarrolla en determinados momentos de la historia de un pueblo, con sus valores y defectos.
En el lenguaje figurativo del relato de la creación se indican la igual dignidad y la diversidad de funciones y responsabilidades del varón y la mujer.
La persona, imagen de Dios, es inmutable en sí misma; se reviste en el tiempo con las características de los pueblos.
Quienes no asimilaron el mensaje de igualdad, transmitido en el Génesis, pervirtieron la identidad de la mujer, reduciéndola a una cosa, propiedad del varón.
En este contexto histórico cultural machista de menosprecio social de la mujer, el que Jesús elija, antes de los apóstoles, a María, como la íntima colaboradora en su plan de salvación; el que cuente también con mujeres, para realizar el plan de Dios, su Padre, era acción revolucionaria.
La colaboración de mujeres para realizar la obra salvadora de Jesús continuó después de la muerte y resurrección del Maestro. Ellas lo reverenciaron y ayudaron a lo largo de su vida. Ellas, en los momentos dolorosos de su vida terrena, a diferencia de los apóstoles, estuvieron al pie de la cruz; mujeres fueron las primeras en buscarlo en el sepulcro; las primeras en informar a los apóstoles acerca de la tumba vacía. En el libro inspirado, que relata hechos de la vida de los primeros cristianos, hay mujeres colaboradoras eficaces en la vida de las comunidades cristianas.
En la celebración de la última cena (eucaristía) solo los doce apóstoles son protagonistas. Solo a ellos Jesús da el poder de celebrar el memorial de la última cena (misa): “Hagan esto en memoria mía”.
La vida de la Iglesia, el seguimiento a Cristo, siendo importante, no se reduce a la presidencia en la celebración de la eucaristía, y de los otros sacramentos. La celebración de la eucaristía ha de estar preparada por el servicio, la evangelización y catequesis.
La Iglesia ha vivido un largo periodo, en el que principalmente la mujer transmitió la fe en Cristo. La acción de la mujer en la vida de la Iglesia, como en la de la sociedad civil, se realizó en la penumbra, con tanta más eficacia cuanto más silencio. El clericalismo ha impuesto por largo tiempo una inadecuada y extensiva interpretación de palabras del apóstol Pablo: “Las mujeres callen en la Iglesia” (1 Corintios). Ha limitado en la Iglesia católica, durante largo tiempo, el aporte de la mujer en la guía de la Iglesia.
Numerosas mujeres, a veces contra el viento del clericalismo, han impulsado nueva vida en la Iglesia. Cito a unas pocas de las conocidas: Clara de Asís, Catalina de Siena, Dorothy Stong, Mary Ward, Mariana de Jesús. Que ellas ayuden a superar el clericalismo.
El sínodo acerca de la Amazonía, valorando el servicio de la mujer, ha preparado su entrada en estratos de gobierno de la Iglesia. Un claro límite es el sacramento del orden sacerdotal, que hace participante de la vida de Cristo en cuanto cabeza. (O)