Los Homo sapiens estamos confinados; la especie más poderosa del planeta que ha perseguido, acorralado y extinguido a incontables especies, incluso a sus congéneres, hoy está encerrada. De un extremo al otro, un más que minúsculo enemigo invisible nos domina; nos tiene arrinconados desinfectándonos y desinfectándolo todo.
Mientras tanto, como en una fantástica película de héroes y villanos, la naturaleza resurge con una resiliencia admirable y una rapidez sorprendente. El planeta está de fiesta; los acorralados, los perseguidos, salen a explorar incrédulos ante la ausencia, el silencio, de su histórico enemigo. Lo aparentemente imposible está sucediendo; el aire en el planeta se purifica, las aguas se transparentan, el planeta respira al fin. Un influjo de aire violento, luego de haber estado asfixiándose por tanto tiempo, parece entrar con velocidad en cada rincón para reavivarlo todo.
En esta película, el villano no es el virus, lo somos nosotros, que arrasamos y destruimos todo. Nos hemos centrado en nuestro metro cuadrado de planeta, en nuestros muy cercanos seres queridos, despreocupándonos insensible e irresponsablemente de aquello y aquellos fuera de esos límites. Es triste que este virus sea el héroe que llegó para ayudar al planeta contra su peor enemigo; quien a la postre, si no toma conciencia, acarreará su propia destrucción.
Es evidente que el planeta sin nosotros resurgirá; podemos estrujarlo, pero se transformará para readaptarse. Es nuestra especie la que está en riesgo. Somos nosotros los que debemos tomar conciencia de que protegiendo al planeta nos protegemos; de lo contrario, nos extinguimos. Nuestra especie deberá enfrentar riesgos más graves que el coronavirus, gran pretexto usado para que procesemos sin chistar una crisis económica mundial, orquestada por intereses de un grupúsculo que quiere enriquecerse aún más. Los otros, la mayoría, no debemos permitirlo. Hoy debemos mutar, es nuestra única vía de sobrevivir. Mutación para reconciliarnos con el planeta y con aquellos seres, grandes o minúsculos, con quienes compartimos este espacio.
Nos autodenominamos “humanos sabios”, pero ni somos aún humanos y menos aún sabios. Hoy, mientras estamos ansiosos por dejar nuestros encierros y retomar nuestras infinitas actividades, me entristece pensar que la alegría y respiro del planeta hayan sido tan cortos.
El virus tampoco es el villano contra nosotros; nos está permitiendo visibilizar la ruta hacia nuestra humanización, ruta que perdimos en la atolondrada carrera hacia un crecimiento insostenible. Ha sido una dramática forma de develarnos el camino, pero probablemente la única ante nuestra irracional ceguera. Este tiempo de confinamiento es nuestra mejor oportunidad, si no la última, para retomar la ruta de la humanización.
Conjuguemos herramientas, tecnologías y filosofías para reinventarnos y reconciliarnos con el planeta y con nosotros mismos; replanteémonos estrategias de desarrollo más sociales, más respetuosas de un planeta que evidentemente no nos necesita. Hemos constatado que en lo simple está lo más valioso. Apropiémonos de esta oportunidad aun cuando nuestra racionalidad nos repita que es utopía. Unámonos quienes creemos que es momento de una humanidad en resiliencia que integre el ingenio y los valores humanos. Integremos lo expresado por el político y filósofo Antonio Gramsci: “El pesimismo es asunto de la inteligencia; el optimismo, de la voluntad”. (Continuará). (O)