Cada cual va por su lado. Cada quien defiende sus intereses. El “yoísmo” sobre todas las cosas. Nadie quiere renunciar. Todos creen que sus causas están sobre los otros. El “Yo” desconoce al “otro” del que tanto hablan varios sectores y actores. El país atraviesa su peor crisis y ha salido a flote lo peor que tenemos. La visión parroquial, en el que cada cual defiende su terreno, está más vigente que nunca. Todos militan por su falso metro cuadrado. Una gran mayoría disputa la verdad de manera infantil e insostenible. Por eso no avanzamos, porque cada quien es dueño de su propia desgracia y quiere contagiarnos con sus frustraciones y pocas victorias pírricas.

Por estas y otras causas, la corrupción se cuela en nuestras narices, la impunidad se burla de manera permanente y los zánganos revolotean a sus anchas. Si no estamos juntos, la desgracia se paseará las veces que quiera y el despeñadero estará cada vez más cerca. No es una visión apocalíptica, es una realidad que golpea todos los días cuando escuchamos la cifra de contagiados, muertos y desempleados. La dimensión de la crisis supera la imaginación y eso se siente más cuando la gente no tiene las condiciones para quedarse en el confinamiento, cuando millones de seres humanos viven con menos de dos dólares al día y cuando el Estado administra muy mal lo poco que tenemos. Duelen también el piponazgo y la voracidad e indolencia de un pequeño número de personas que piensan solo en ellos. Hay también de los otros, funcionarios honestos y empresarios con sentido de solidaridad.

Es el momento perfecto para sellar una tregua política. Eso no significa hacernos de la vista gorda frente a la corrupción y la impunidad, sino más bien que todos cerremos filas contra estas pandemias e impidamos que los recursos escasos que tiene el Estado alimenten los bolsillos de grupos que juegan con el dolor de los ecuatorianos. Los líderes de los partidos, organizaciones y diversos sectores de la sociedad deben hacer lo suyo. Hay que sentarse a la misma mesa con la actitud de reconocer que hay perspectivas diferentes a las nuestras y que pueden ser muy válidas. Por lo tanto, salir de la zona de comodidad es esencial en la tregua. Necesitamos voluntad, acción, honestidad y pensar en el país.

La tregua política nos indica que no es el momento para el proselitismo ni para la disputa por votos. La vida y la economía están sobre las elecciones o cualquier legítima aspiración. La propuesta implica descalificar menos y hacer más por los sectores que necesitan ayuda inmediata. No esperemos llegar al límite para valorar el diálogo auténtico como un mecanismo para desbloquear la crisis y la descomposición acelerada del Estado. A la vuelta de la esquina están los anarquistas, los que piden la intervención de las Fuerzas Armadas y quienes ganan con el caos. Por eso, la tregua es una medida de contención, pero también la base para el mañana. (O)