Entre las secuelas que nos está dejando el COVID-19 está el miedo a la muerte, el pesar de no volver a la vida de antes de reuniones, de cine, de teatro, de disfrutar de un guitarreo y unos vinos con queridos amigos.
Y en este pensar y pensar he recordado aquel centro gerontológico ubicado en Urdesa, frente al centro comercial Albán Borja, por donde yo pasaba con mucha frecuencia y observaba la llegada de muchísimas personas mayores. Siempre me llamaban la atención sus rostros alegres, llenos de ilusión y esperanza porque en el centro apaciguaban –me imagino– su tristeza por la incomprensión del mundo que ya les es hostil, por sentirlos en decadencia de aprender muchas cosas para tener la mente ágil. Ese lugar que constituía una cajita de sorpresas para sus vidas, y ahora con ‘la nueva normalidad’ donde las personas mayores constituyen un peligro y está prohibido salir de la casa, ¿qué pasará con ese centro de ayuda para los ‘años dorados’?, ¿qué pensará hacer el Municipio de Guayaquil?; no creo que será un ‘elefante blanco’.
Se me ocurre que de momento, tal vez, uno o dos años hasta que pase el peligro para las personas mayores y puedan volver, la Municipalidad podría hacer un centro de enseñanza para jóvenes que necesiten aprender computación, jardinería, costura, idiomas, atención al cliente, etc.; es decir, muchas labores que los conviertan en seres útiles a sí mismos y a la ciudad. De esta forma se le saca provecho a esta espectacular instalación, se preserva un bien público, se hace una gran obra social, hasta esperar nuevamente la llegada de esos adorables viejitos con sus miradas de esperanza. (O)
Martha Leonor Jurado Rodríguez, Guayaquil