La asoladora corrupción en sociedades y civilizaciones está relacionada con muchos factores. Algunos le son constitutivos y otros forman parte de escenarios cercanos que permiten que se manifieste en sus diferentes formas y gradaciones. El combate a las acciones deshonestas que pervierten los sistemas de convivencia tiene la misma complejidad del propio fenómeno y debe ser concebido e implementado considerando esa amplia dimensión. Enseguida menciono tres ámbitos sociales relacionados con la corrupción y que son objetivos de la acción ciudadana en su afán de contrarrestar la deshonestidad cívica. Desde el enfoque jurídico se requiere la expedición de leyes adecuadas, con sanciones suficientes y apropiadas para que la transgresión tipificada sea castigada oportuna y cabalmente por el sistema de administración de justicia. La perspectiva social exige políticas y acciones que busquen equidad y justicia para todos, en los niveles económico, de seguridad social, salud y cultura, entre otros. La educación, como ámbito específico y esencial, debe dirigirse a la formación para la convivencia, al respeto a los otros y al entorno, para fortalecer el entendimiento colectivo de la importancia de la conexión de los ciudadanos con los deberes inherentes a sí mismos y con la búsqueda de la trascendencia personal como forma de aportar al bien colectivo.

Parecería que nosotros, los ecuatorianos, tenemos una inclinación cultural a buscar respuestas de manera unilateral, especialmente en el ámbito de la estructura jurídica que pretendemos que siempre sea la adecuada para tipificar y sancionar el desafuero cívico. Sin embargo, ese camino transitado obstinadamente, no ha sido una solución. En los doscientos años republicanos hemos promulgado veinte constituciones y miles de leyes para todos los temas, sin embargo, el esfuerzo ha sido vano, porque no está conectado con la responsabilidad personal y con la intención cabal de respetarlas. Porque somos individualistas y el bien común es discurso que sirve para toda situación y también para la consolidación del innoble y sólido sopor de nuestras propias conciencias.

La educación cívica y moral, esencia de las esencias, permitiría superar el adormecimiento para comprender que el otro es el objetivo y que cada individuo debe respetar las normas y valores cuyo cumplimiento, en muchos casos, es exigido solamente a los otros. Somos una sociedad que no comprende el rol vital de la ética pública y da por hecho que, con la sola promulgación de leyes y la mención de principios y valores, es suficiente. Y, lo más grave y definitivo, es el hecho de que quienes exigen respeto de esos referentes no lo practican ellos mismos, porque no creen en el imperio de la ley, porque sus éticas particulares les llevan a desafiarlo siempre… cuando se opone a sus criterios. Cada individuo se siente superior al sistema y lo irrespeta, desde el banal y fatuo intelectual hasta el avezado y frontal delincuente. No creemos en el respeto al discurso moral y jurídico y por eso no buscamos ser coherentes con ellos. La educación para franquear esta realidad debe ser prioridad nacional y sobre todo… debemos hacerlo desde el ejemplo. (O)