Ya que estamos viviendo una época nunca pensada, en la que confluyen el aislamiento social y la incertidumbre, habrá que aprovechar el tiempo para cosechar enseñanzas de esta inusitada experiencia.

La pandemia nos ha igualado en vulnerabilidad frente a una infección que puede tomar como presa a cualquiera, con independencia de condición cultural o socioeconómica. El cuidado que adoptemos con nosotros mismos repercute en los demás. Si los contagios son múltiples y simultáneos, las unidades de cuidados intensivos se saturarán otra vez, colapsará el sistema de salud y se repetirán los días de terror vividos en marzo y abril pasados.

En el largo camino de adaptación a esa denominada “nueva normalidad” hemos sido testigos de escándalos que han evidenciado cuán inmersa está la corrupción en nuestra cotidianidad. Además de torcidas, muchas acciones han sido inhumanas. Aprovecharse del dolor y la angustia de otros, para revender insumos médicos y medicinas, es ruin. El destape de las mafias de los hospitales, de las que ya se hablaba años atrás, cobró fuerza gracias a las redes sociales. Se ha ido perdiendo el miedo a denunciar. No obstante, las denuncias pueden correr la suerte de no seguir su curso en las instancias legales correspondientes por los ya conocidos embrollos de la justicia. La ley del más vivo, la del ‘sapo’, se vio reflejada en los numerosos carnés de discapacidad emitidos de manera irregular. En esa cadena de servicio, todos tienen igual responsabilidad: el solicitante, quien certifica la discapacidad y quien emite el carné.

En ambas situaciones (reventa de medicinas y emisión de carnés) se irrespeta y minimiza el dolor del otro para obtener provecho personal. Para algunos, las acciones realizadas son parte de su “normalidad” de vida: actuar por encima de la ley y de los demás. Un estilo arbitrario de vida en el que muchos crecen irrespetando la ley como si esa debiera ser la norma. La cultura de la transgresión parece estar tan enraizada, que quien hace lo contrario es visto como tonto. Utilizar la condición de discapacitado –sin tenerla– para sacar provecho de descuentos en compras y servicios básicos, en la utilización de parqueos preferenciales, muestra la pobre escala de valores que tenemos. En esa misma conducta del avivado está quien obstruye parqueos, quien no respeta las señales de tránsito, quien procede con falsas uniones de hecho para obtener una mejor plaza en el año de medicina rural, quien quiere aprobar un curso falseando o copiando exámenes, quien no declara todos sus bienes, quien evade impuestos y, así, en un sinfín de situaciones en las que quien engaña se cree triunfador.

Habría que emplear estos días de vida restringida para autoexaminarnos y reconstruirnos como personas y como ciudadanos. Al fin y al cabo, el confinamiento ha permitido valorar más la compañía, ha hecho que nos demos cuenta de la cantidad de cosas superfluas que poseemos y no necesitamos. El país necesita reconstruirse desde la honestidad y desde la ética. Pero, para que eso sea posible, tenemos que reconstruirnos cada uno de nosotros mismos. (O)