Se vigoriza una corriente comercial reivindicatoria en los países latinoamericanos, tendiente a reducir hasta desaparecer la preeminencia de los comodities (plural en desuso del neologismo comodity), en el que se incluyen bienes cotizables identificados como materias primas o substancias necesarias para transformación posterior en productos elaborados, no tienen mayor diferenciación, el signo marcador de su compra es el precio bajo, indiferente del lugar donde se hayan producido. Preocupa que en esa desmejorada categoría se incluyan algunos artículos agropecuarios.
Los políticos en plena campaña deberían solidarizarse con esa posición como prueba de franca valorización a la agricultura, que se merece por derecho propio, por su aporte a la economía, al empleo y al desarrollo de los pueblos. Es necesario desterrar el negativo concepto de comodities con que se ha calificado a los mal llamados productos primarios, incluyendo con pesar en ellos al banano, a nuestro inmejorable cacao, la dulce y funcional pitahaya, el aromático café arábigo, nuestro exquisito plátano y otros, significando que son elementos iguales a cualquiera del mismo nombre que se cultive en otras partes del mundo, no teniendo diferenciación alguna, introduciéndolos en el “hoyo negro” de mínimas cotizaciones, para dicha de los intermediarios y contento de empresas que manipulan el mercadeo agrícola mundial.
La comoditización es lo peor que puede aquejar a un país agroexportador de frutos frescos o semielaborados, induce a los compradores a percibir que son iguales a la competencia, sin apreciar valores agregados naturales o incorporados y, por tanto, se transan a la baja, inaceptable para el banano, considerado con sobrados méritos el mejor del mundo por la mínima carga química que recibe en el proceso de control de plagas y enfermedades, mayor resistencia a las largas travesías, maduración uniforme y amplio tiempo de permanencia en las perchas de supermercados que le da un especial plus; todo ello, por la típica geografía nacional con su rica diversidad climática, suelos con capa fértil no de centímetros sino de metros en algunos lugares, no sujeta a las debacles de huracanes aterradores y espantosas sequías y, por sobre todo, debido al trabajo constante y fecundo de miles de laboriosas manos ecuatorianas.
Conmueve escuchar a autoridades justificando las bajas de precios a los productores en la caída de valor de los combustibles, porque el banano, dicen mal, es un comodity, como el petróleo víctima de los vaivenes de erráticas negociaciones, desconociendo las virtualidades que adornan a la fruta, convertida en predilecta de satisfechos consumidores que pagan sin dubitación lo que imponen indolentes cadenas de supermercados.
Los nuevos gobernantes que asuman el poder deben disponer la corrección de las cuentas nacionales en lo que representa el sector en el producto interno bruto (PIB), que va más allá del 8 % o 9 % que se le atribuye, sin incluir otras actividades rurales que forman parte de él, con lo cual su presencia en el PIB nacional rebasaría el 20 %, así su valoración y recursos a asignarse deberán estar en relación con esa apreciable magnitud. (O)