La sentencia en contra de Rafael Correa incluye unas disculpas públicas suyas al país en la Plaza de la Independencia. La disculpa deberá ser por el deshonesto uso de los recursos como presidente de la República. Además, Correa deberá colocar en la misma plaza una placa en castellano y quichua con la siguiente inscripción: "Los recursos públicos siempre se deberán administrar honradamente y con apego irrestricto a la ley, la función pública es un servicio a la colectividad, con sujeción a la ética como principio rector".

Puede sonar hasta cierto punto folclórico este elemento de la sentencia, casi premoderno, pero la exigencia de una disculpa pública se convierte también en una sanción al abusivo uso del poder por parte del exmandatario. Un acto de desagravio, diría, a todos aquellos ciudadanos, grupos y organizaciones sociales a las que maltrató, persigió, humilló y ridiculizó cuando se sintió dueño del poder. El juicio por el caso ‘Arroz Verde’ ha tenido un acompañamiento político paralelo de condena a la prepotencia del expresidente, que le llevó a comportamientos autocráticos. El juicio movilizó un doble proceso: la sanción a un mecanismo de contribuciones ilegales a favor del movimiento de gobierno a cambio de jugosos contratos estatales; y un castigo por el maltrato a la sociedad y el abuso de poder. Detrás del juicio estaba la reivindicación de una forma democrática de ejercicio del gobierno. Las disculpas públicas a las que está obligado Correa recoge esa demanda y abre un debate renovado sobre el ejercio democrático del gobierno, algo que la izquierda populista se resiste a tratar. Prefieren declararse perseguidos.

De las imágenes más humillantes que recuerdo de la Revolución Ciudadana está la de los padres de los 10 de Luluncoto hincados en una plaza pública suplicando a Correa la libertad de sus hijos, acusados por el régimen de sabotaje, terrorismo y subversión. Ese fue Correa: un autócrata que quería ver a la sociedad rendida a sus pies, dócil, sometida, silenciada. Maltrató a la dirigencia indígena, a los escologistas, a las mujeres, a los maestros, a los médicos, a los periodistas. Invitó a linchamientos populares a sus adversarios. Todavía están frescas las imágenes de esas caravanas interminables de carros negros con vidrios oscuros y policías equipados hasta los dientes protegiendo a Correa. Cuántas veces esa carvana se detuvo por orden suya para llevar presos a quienes osaban desafiar su autoridad con un merecido dedazo. Metió la mano en la justicia, se proclamó jefe de todos los poderes del Estado, obligó a medios y a periodistas a disculpas públicas y a pagar multas. Se inventó un ritual en la misma Plaza de la Independencia todos los lunes para ser aclamado. Exigió que se entonara el Himno a la Patria cada vez que ingresaba a un acto público. Su mesianismo le llevó a prometer la segunda y definitiva independencia. Exhibió siempre su título de PhD como credencial de una cierta superioridad. Esperamos las disculpas en la plaza pública. Serán una forma de restablecer la dignidad ciudadana de todos quienes fueron maltratados y humillados por su gobierno. (O)