Las Humanidades son un conjunto de conocimientos que estudian y reflejan la condición humana en temas sociales, culturales y artísticos: filosofía, lenguaje, historia, literatura, geografía humana, antropología cultural, leyes, política, religión y expresiones artísticas. Organismos internacionales, filósofos y educadores han expresado su preocupación sobre la posible eliminación o reducción de las Humanidades en las mallas curriculares y presupuestos del sistema educativo.

Ya lo decían Donskis y Bauman en Ceguera moral (2017): las Humanidades que no han sido demolidas o perjudicadas solo existirán en las universidades de élite de Europa y Estados Unidos. Los creadores y los consumidores de ‘comida chatarra académica’ sacrificarán las Humanidades en favor de programas que gozan de alta demanda, tales como economía, comercio, derecho o dirección empresarial.

En Ecuador, la situación no es muy distinta. Requerí a la Senescyt estadísticas sobre campos de estudio demandados en 2020, sin obtener respuesta. Sin embargo, recuperé un informe de la oferta académica en 2016: 45 % de estudiantes se matriculó en Ciencias sociales, educación comercial y derecho; 14,37 % en Ingeniería, industria y construcción; 14,06 % en Salud y servicios sociales; 10,25 % en Ciencias; 6,16 % en Educación; 4,49 % en Agricultura; 3,15 % en Humanidades y arte; y 2,50 % en Servicios.

La filósofa Martha Nussbaum ha defendido el conocimiento ‘no rentable’ y nos ha advertido de una crisis silenciosa que mina los pilares democráticos, privilegiando valores cultivados por naciones ‘sedientas de ingresos’. Sostiene que minimizar las Humanidades coarta el desarrollo de aptitudes vitales como reflexionar y debatir cuestiones políticas, imaginar cuestiones complejas que impactan la trama de las vidas humanas, o concebir la propia nación como parte de un orden mundial en el que se requieren deliberaciones transnacionales inteligentes.

Ciertamente, cuando lo real afecta el sentido global de lo humano y las ciencias duras no alcanzan a brindarnos respuestas, es cuando repensamos el misterio de la vida, la convivencia con otros o la relación con la naturaleza, que son la base para la construcción de sentido. En una sociedad transcultural es imperativo redireccionar la actual organización curricular por disciplina, reconfigurando las relaciones entre humanidades, ciencia y tecnología, y favoreciendo un ecosistema vivo del conocimiento. Desde esta mirada, el planteamiento de la red GUNi en el texto Humanidades y educación superior: generando sinergias entre ciencia, tecnología y humanidades (2019) es clave para el desarrollo de un trabajo colectivo entre los lenguajes científico-tecnológico y humanístico-artístico.

No se trata de cuestionar el rol y los avances de las ciencias para dar respuesta a los complejos problemas de esta época (lo comentaban también los columnistas Alfonso Reece y Juan Morales estos días), sino de ubicar las Humanidades como interlocutor válido e indispensable para que la tecnociencia y su alianza con los mercados capitalistas no termine por nublarnos la mente y engullirnos virtualmente o en forma personalísima. (O)