Las fundaciones, hoy conocidas como ONG (Organizaciones No Gubernamentales) son parte del ADN del ecuatoriano, quien siempre ha puesto su capacidad de gestión en pro de causas o grupos vulnerables. La motivación de estas instituciones es ayudar y complementar, de alguna manera, las obligaciones y los esfuerzos que realizan los Gobiernos central, local; los donantes anónimos y los padres de familia, por el bien común.
Las consecuencias de la pandemia del COVID-19 afectan todos los ámbitos de la sociedad; el país se paralizó por esta crisis global sanitaria, incluyendo escuelas, centros especiales y ONG. Todos, por fuerza mayor, han debido cambiar modalidades de atención, buscar alternativas para subsistir y algunos están cerrando sus puertas. Sería lamentable que este importante nicho de la sociedad muera por falta de apoyo. Somos sin fines de lucro y manejados por voluntarios y profesionales de gran dedicación. Por ejemplo, como representante de la Fundación Comunicar para la ayuda a personas con autismo, me he sumado a trabajar en equipo con numerosas ONG. Antes de la pandemia dicha Fundación atendía a más de 100 niños y jóvenes de escasos recursos, hoy quedan sin opciones. El autismo es desconocido e ignorado. Conocemos el apoyo del sector público local, y el Municipio acaba de crear una nueva Dirección de Inclusión. El Ministerio de Educación trata de ayudar, pero sus prácticas son tan complicadas cuando nos catalogan, evalúan y desembolsan. Un exceso de burocracia, sin sentido, traba nuestra operación y aumenta los costos. Los controles y las auditorías deben existir, pero deben ser razonables y rápidos. Pregunto, ¿y el MIES, Ministerio de Inclusión, Económica y Social, desapareció? Apelamos a la solidaridad de las autoridades locales y nacionales para que aceleren los trámites. (O)
Hortencia García Domenech, Guayaquil