Si el señor Leonidas Iza no asomara como coautor del libro Estallido: la rebelión de octubre en Ecuador, lo habría ignorado. Pero se trata de uno de los líderes de la Conaie que desprecia la democracia por ser el “orden burgués” (p. 144). Proclama un sistema sin elecciones, a sabiendas de que la mayor de las conquistas de la historia ha sido la ampliación y la universalización del sufragio. Dice: “La democracia no es el sufragio. Es el poder del pueblo” (p. 249). Ha optado por el totalitarismo.

Para el señor Iza, la violencia vandálica y la destrucción de octubre de 2019 fue simplemente un “golpe al imperialismo y a la burguesía”. Una “rebelión de las clases explotadas”. Que el Estado no es aquel tejido institucional al servicio del bien común sino solo una “máquina coactiva” (p. 151). Que la fuerza pública no es el guardián del orden y de la paz, sino la “brutalidad del Estado.” (p. 227).

Para el desenvuelto señor Iza, no hay crisis económica. Solo una caída de las ganancias de los ricos, o sea, de la clase dominante. Las retenciones y secuestros a los miembros de la Policía y Fuerzas Armadas, son un “mecanismo renovado de lucha” (p. 234). Que la sociedad ecuatoriana está escindida en una lucha de clases irreconciliable. Por eso, en octubre: “¡La insurrección ha despertado!”. No hubo vandalismo sino héroes y guerreros perseguidos. “¡Octubre es la epopeya!” (p. 283), o sea, la hazaña de los violentos.

Cuando con violencia destruyeron plantaciones florícolas y brocoleras, o impidieron la libre circulación de los alimentos, solo significaba “limitar la circulación de mercancías del capitalismo” (p. 254). Justifica los saqueos argumentando que “se deben a la precarización de las condiciones de existencia” (p. 256).

El señor Iza no considera que vivamos en un país democrático, que se construye con diálogo. Todo lo reduce a debates “Inter burgueses” que podrán resolverse mediante la insurrección y la violencia, proscribiendo a quienes discrepan. Y, si se le dice que la población indígena que se reconoce como tal constituye el 7 %, de inmediato lo descalifica como “racista, grosería y reaccionarios y recalcitrantes” o “blanqueamiento de las élites”.

El ciudadano Iza condena a todos: a “Los señores del banano, los reyerzuelos de la agroindustria, las élites del banano, la turcocracia, las señoras de la Junta de Beneficencia, el arribismo del escritorio, los tinterillos de la reforma, los patricios de la pipa inglesa, los gorilas de charretera, y las sotanas doradas” (p. 277). No se escapan los “indios ricos” y tampoco la “oportunista” Lourdes Tibán.

Norberto Bobbio dijo que “la democracia no es el mejor de los bienes, pero es el menor de los males”. Algo parecido aseveró Winston Churchill. El señor Iza no entiende que las imperfecciones de la democracia no se resuelven optando por la violencia totalitaria. Bien haría en leer el libro Después de la quimera, de los chilenos Ernesto Ottone y Sergio Muñoz, exlíderes juveniles del partido socialista y comunista. ¿Alguien podría decirle al ciudadano Iza que el socialismo que nos anuncia ya terminó en el más estruendoso fracaso? (O)