Sin partidos ni algo que se les parezca, los candidatos (y la candidata) están obligados a poner sus esperanzas en tres factores. Su propuesta, su imagen y su círculo más cercano son los elementos que van a tener enorme peso en esta elección. Dadas las características de las campañas contemporáneas y de esta, en particular, todos esos aspectos están definidos por condiciones externas y por decisiones ajenas. La capacidad de control de cada candidato es mínima incluso en los aspectos que podrían considerarse más particulares, como la imagen que quiere proyectar o la propuesta que intenta transmitir.

Si anteriormente la imagen era el resultado de las características propias y de la trayectoria política de la persona, ahora es fundamentalmente una creación artificial surgida de técnicas y fórmulas de mercadeo. La propuesta, que era un conjunto de políticas formuladas en atención a la realidad concreta y elaboradas desde una posición ideológica claramente definida, ha dejado paso al eslogan creado a partir de mediciones de encuestas y grupos focales. Detrás de la imagen y de la propuesta están los integrantes del círculo que rodea al candidato (círculo rojo es la novedosa expresión) y que, en situaciones como la actual, es el que tiene en sus manos la suerte del candidato. Sin una estructura política de respaldo y con un electorado que no quiere oír realidades, los integrantes de ese grupo se transforman en los grandes electores, con similares funciones a las que tenían los notables en los regímenes predemocráticos. Generalmente son varias personas, pero puede ser una sola. El caso más notorio de esta elección es el de Andrés Arauz, con Rafael Correa como gran elector. El objetivo aparentemente es repetir la experiencia de la Prefectura de Manabí (“el candidato de Correa”). Lo demuestran con la presencia diaria del expresidente en el escenario electoral. La táctica consistiría en ampararse en el carisma y asegurar el voto duro. Pero en un ambiente de polarización el endoso incluye también el rechazo, lo que podría minar las posibilidades de crecimiento del candidato. Al mantenerle como su extensión, podría convertirse en un caso de efecto perverso del gran elector.

Guillermo Lasso tiene tres grandes electores: su círculo rojo, el Partido Social Cristiano y Jaime Nebot. De los tres, el que puede tener más peso, para impulsarlo o para hundirlo, es el último. Hasta ahora se ha mostrado cauteloso, con escasa presencia pública, pero en la campaña seguramente tendrá mayor visibilidad, porque de él depende en gran medida que Guayaquil y Guayas se conviertan en la plaza fuerte de Lasso. Al contrario del fenómeno Correa-Arauz, si no ejerce de gran elector, su candidato tendrá serias dificultades.

Yaku Pérez tiene una situación más compleja con los que deberían ser sus grandes electores. Unos forman el círculo íntimo (los dirigentes de Pachakutik) y otros están fuera de este (los dirigentes de la Conaie). Con discrepancias y fracturas, los primeros le dan un apoyo de medias tintas. Con actitudes sibilinas y coqueteos hacia la candidatura correísta, los otros están a un paso de declararse opositores. La incógnita radica en la viabilidad que tendría, en la situación actual, un candidato sin grandes electores.

Son los avatares del retorno a la política de la premodernidad en la posmodernidad.

Yaku Pérez tiene una situación más compleja con los que deberían ser sus grandes electores.