Al igual que millones de personas en el mundo, vi con incredulidad cómo un edificio emblemático de la democracia para el planeta Tierra, tal vez más emblemático que cualquier otro, cual es el capitolio de Washington, sede del congreso de los Estados Unidos, era tomado por vándalos, profanado, y convertido en teatro de una de las páginas más dolorosas de la historia de ese gran país.

Que el ambiente político en los Estados Unidos está enrarecido, nadie puede dudarlo. Que se ha generado una división cargada de pasiones, odios y actitudes no antes vistas, también es evidente.

Los análisis van y vienen. Las cargas de los unos contra los otros son abundantes. Los razonamientos de los otros contra los unos inundan por igual las redes sociales. La debilidad en el tema de Irán, el abuso de la China hacia el planeta, dan razones a los unos. El racismo, la intolerancia, dan razones a los otros. La lista es sencillamente demasiado larga

Sin embargo, hay un hecho incuestionable: la personalidad del líder mientras el capitolio caía. Y las líneas de esta columna van a tratar de ir al meollo de un gravísimo problema: la ligereza con la cual se califica a una persona para ser candidato a la presidencia de la república.

Muchos antes de estos episodios, el Sr. Trump, en una reunión de jefes de Estado de la OTAN, desplazó en forma grotesca al primer ministro de Montenegro, empujándolo, para estar él en primera fila y no el primer ministro de ese país. El protocolo, que es en buena parte buenos modales, y una forma de organizar civilizadamente los actos oficiales, indica que todos los jefes de Estado cuando están en una reunión son pares, son iguales. Igualmente los vicepresidentes o ministros de Estado, cuando están con sus colegas.

Recuerdo muy bien que en los actos oficiales del cambio de mando del presidente saliente Salinas hacia el presidente entrante Cedillo, en México, al cual concurrí presidiendo la delegación del Ecuador, protocolariamente me tocaba estar como vicepresidente del Ecuador antes que el vicepresidente de los Estados Unidos. ¿Por qué? Porque de la precedencia está dada por la fecha en la cual el invitado confirma su asistencia. Como el Ecuador confirmó mi presencia antes que los Estados Unidos confirmaran la del Sr. Gore, tenía entonces mi persona precedencia sobre él, y por lo tanto me sentaba en un sitio anterior. Nunca el Sr. Gore me empujó y me dijo, oye tú, vicepresidente de ese pequeño país, tienes que ir detrás de mí.

El protocolo a veces injustamente ridiculizado, no indica nada más que modales, disciplina, civilización. El empujón al primer ministro de Montenegro no tuvo jamás excusa posible, que no sea una psique muy complicada de quien lo empujó.

En pleno congreso, mientras se desarrollaba el solemnísimo acto de lectura del informe a la nación, el presidente Trump dejó con la mano extendida a Nancy Pelossi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y, por lo tanto, “dueña de casa” del lugar donde se realiza tan importante acto. Eso igualmente es un comportamiento inadmisible para un jefe de Estado que esté en sus cabales y que exhiba una elemental caballerosidad que se requiere en el ejercicio de la representación de un pueblo como primer mandatario.

En la campaña electoral, sus exabruptos fueron múltiples incluyendo aquel, cuyo calificativo lo dará el lector, de haberle dicho a Hilary Clinton (personaje para el cual personalmente no tengo simpatía): “Señora, cómo puede hacer usted feliz al pueblo americano, si no pudo complacer a su marido”. Esto es sencillamente inaceptable para una persona con el mínimo de estabilidad emocional y modales requeridos para gobernar.

Estas actitudes, y el ataque salvaje al congreso nos hacen pensar en que es inadmisible que una persona pueda aspirar a ser presidente, y no tener la más mínima evaluación sicológica o psiquiátrica.

Cuando me entregaron una licencia de vuelo, con la cual lo único que podía hacer era volar en una pequeña aeronave y llevar a 3 personas más, me hicieron exámenes psicológicos, de motricidad, de capacidad, exámenes médicos, dentales, además de los teóricos y prácticos de aviación.

Cuando me entregaron un certificado con el cual podía ser potencial presidente del Ecuador, y de hecho ejercí por encargo dicha función en muchas ocasiones, y tener mando sobre las Fuerzas Armadas, la Policía, los Servicios Secretos y toda la Función Ejecutiva, no me hicieron examen alguno. Algo raro hay en las democracias. ¿Cuál es la idoneidad y estabilidad emocional de Putin, de Trump, de Bolsonaro, Cristina Fernández, y tantos más?

Las democracias están lejos de tener los grandes líderes de la posguerra, que reconstruyeron a occidente después de la trágica contienda. Muchas son las razones, pero ciertamente una muy importante es que cualquier loco puede ser candidato en cualquier país. (O)