Disfrutamos de una libertad inquebrantable para decidir la orientación de nuestras vidas. Esta es una condición intrínseca, concedida por la gracia de nuestro Hacedor. He aquí la grandeza que pasa desapercibida a lo largo de nuestra vida terrenal, por estar anclada en un mar donde su agua es solo H2O y no agua de vida.

Hemos sido creados con la capacidad divina de alcanzar la libertad absoluta: el cielo. Sin embargo, nos aferramos a la vida terrenal y la encriptamos en una falsa ‘felicidad’ mundana, que nos ciega bajo la irrealidad que anteponemos a la capacidad suprema del espíritu; esa realidad inmortal y desconocida que se despedirá (en la muerte) de nuestro cuerpo mortal sin escrúpulos, para continuar el camino hacia la libertad. (O)

Jesús Sánchez–Ajofrín Reverte, Albacete, España