La amenaza de una masiva protesta en las calles suele ser detonadora de mediatas e inmediatas crisis sociales y políticas. Hoy, organizaciones indígenas, alegando incumplimientos de acuerdos logrados en las mesas de diálogo, se muestran agraviadas; esas informalidades, ¡ojo!, podrían ser blandidas como estandartes de reivindicaciones.

Por otro lado, los ecuatorianos, arrinconados como estamos, sin trabajo, sin futuro, inseguros, expectantes de una oleada interminable de corrupción al más alto nivel, silentes; exigimos respuestas. Por ello decimos: “Hay serias sintomatologías de disgregación social que podrían llevarnos al descalabro”, sobre todo ahora que estamos ad portas del inicio de un nuevo período administrativo en los GAD, con un número importante de alcaldes y prefectos de oposición.

Cambios repentinos y negativos en los niveles económicos familiares; deplorable distribución de los recursos del Estado; depresión social como consecuencia de estas dos premisas; escasez de fuentes de trabajo, sobre todo para jóvenes; ineluctables desavenencias en el interior del CNE, restan confianza para futuras elecciones; impericias de gobierno y órganos de control para recuperar dineros malversados; amenazas de indigenado de reeditar asonadas; poquedad de medicinas y equipamientos en hospitales públicos; desaliento en el sector de la construcción y en las ramas afines; inseguridad, narcotráfico, corrupción; etc.; todo en conjunto se trueca en padecimientos crónicos de una sociedad que a pesar de los pesares, aún se mantiene estoica y esperanzada. ¿Qué causó esto?: debilidad doctrinaria y cacicazgos en partidos políticos; debates ideológicos sin contenidos filosóficos; poca o nula preparación académica de dirigentes sindicales y organizaciones sociales; pobrísima capacidad deliberativa de la Asamblea. (O)

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Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto, Azogues