La única forma de reencontrarse con ese niño que llevamos dentro es en las postrimerías de los días cuando hay más tiempo para acariciar los recuerdos, cuando en los parques se juega a dar de comer a los gorriones, cuando se conversa con los amigos sin más regocijo que convertir en magia las leyendas.
Los niños son seres maravillosos y mágicos, la nada tienen que convertirla en todo, son los reyes de la creación y del aprendizaje, imagínense aprender a caminar, como diría Machado, “haciendo camino al andar”, haciendo de cada caída y levantada un triunfo, aprendiendo a controlar esfínteres, aprendiendo a hablar, mientras tanto tiene que aprender a pedir con el más primitivo de los idiomas: el llanto y la sonrisa. El llanto es una imposición y la sonrisa la hace tan bonita que lo hace el rey de la persuasión y el triunfo.
El amor y la piedad de un niño es más bello y radiante que la luz del sol y más luminoso y resplandeciente que la luz de la luna en la noche más oscura. Los niños son seres de luz, su pureza e ingenuidad los hace eternos e invencibles tal es así que el mismo Dios nos sugiere convertirnos en niños si queremos acceder al cielo. Educa a los niños con amor y así ellos verán por ti en la vejez, recuerda siempre educar a tus niños, así ellos reconocerán sus orígenes y volverán a ti como el agua de los ríos que siempre vuelven al mar porque reconocen su origen.
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Venimos del mundo inimaginable de los niños y al final nos reencontraremos con ellos, son tan llenos de amor que jamás nos abandonan, más bien nos persuaden a ser como ellos, una gotita en el mar, una luz en el cielo, el néctar dulce de las flores, los niños son semillas y necesitan amor, agua y fertilizante para florecer y ser libres para que cada uno cante su propia canción. (O)
Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro