No tendríamos rastro de civilización, alguna datada de hace millones de años de historia, si no tuviésemos, entre otros, un conjunto de infinitas circunstancias, de técnicas asombrosas, que desafían la razón, pero están ahí descritas por la huella arqueológica que destaca y encaja a pueblos pequeños y grandes, complejos, templos, tumbas, fortalezas, pirámides halladas, que han resistido algunos a la agresión, al egoísmo, a la torpeza humana y a las extinciones masivas de los ciclos de la naturaleza.

Gracias a un profundo conocimiento, son referencias y objetos arquitectónicos de admiración posterior en el tiempo; y gracias a los recursos naturales: madera, agua, suelo generoso..., son fábricas de la biodiversidad que alimenta a millares de especies de seres vivos, donde la nuestra crece imparable como fuerza dominante, altera el paisaje, extingue a las demás especies vegetales, animales y sus hábitats; construye vías, caminos, ciudades modernas..., negando a las demás especies una coexistencia pacífica.

Las ciudades experimentan mayor concentración y densidad de personas, vehículos...; diseños urbanos pensados en función de eso, sin competencia en servicios básicos... Las urbes pierden calidad de acogedoras. Pasa con Guayaquil, que esconde aguas turbias producto de la mala gestión municipal en el tratamiento de descargas del alcantarillado, de las industrias y de la basura. Es el momento de ir a soluciones funcionales: planificar ejes viales norte-sur y este-oeste que tengan capacidad de dar fluidez al tránsito urbano, incorporando el transporte por aguas de esteros y del río Guayas; sembrar árboles, áreas verdes, abrir espacios de recreación. Hay cómo hacerlo dejando la política sectaria. Escribamos la construcción de nuestra historia, planificando para la naturaleza y el hombre con políticas de Estado. (O)

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Rafael A. Sampedro Coba, arquitecto, Guayaquil