Los impuestos traen a colación el eterno debate en políticas públicas entre eficiencia y equidad. Si pensamos en la riqueza económica como un pastel, los impuestos harán que el pastel se reparta en porciones más iguales (equidad), pero disminuirán su tamaño (eficiencia).

La clave para comprender lo anterior son las expectativas racionales: la economía no es lineal, las personas reaccionan. Cuando el Gobierno redistribuye el ingreso a través de impuestos, reduce también la recompensa al trabajo duro y, como resultado, las personas tienden a trabajar menos y a producir menos bienes y servicios. Asimismo, el poder adquisitivo disminuye afectando el consumo y la recaudación del IVA. Entonces, si el Gobierno plantea subir sus ingresos por el lado del impuesto a la renta y posiblemente disminuyan por el lado del IVA, ¿cuál sería el efecto neto?

Hay que dejar claro que eliminar el déficit fiscal no debe ser objetivo de la política económica per se, sino una consecuencia del correcto manejo de la economía. A propósito de esto, las reformas tributarias en el país no han sido nada nuevo. En los últimos 14 años han existido 16 reformas tributarias con el objetivo de reducir el déficit fiscal. ¿Han tenido éxito? No. Pero si se persiste en la idea de disminuir el déficit, ¿qué otras alternativas hay? Por citar algunas: disminución de gastos administrativos (movilización de funcionarios públicos, viáticos, etc.); creación de impuestos selectivos (por ejemplo, a sectores específicos que se benefician en la pandemia); diferimiento de la deuda externa; financiamiento a través de derechos especiales de giro, entre otros. Al establecer políticas fiscales, el análisis debe ir más allá del impacto meramente tributario. Se debe dimensionar holísticamente sus efectos, incluyendo los que la teoría económica nos ha enseñado. (O)

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Manuel Andrés Zambrano Monserrate, doctor en Economía, avenida Samborondón