A mi edad, les aseguro, que lo mejor ha sido mi asidua cercanía a Dios y su eterna bondad, siempre está ahí apoyándome cuando ya no puedo más, siempre una oración con fe para que mis problemas sean resueltos; imagínense, un médico ¿qué puede hacer ante enfermedades muy complicadas o difíciles?, aplicar la ciencia y orar, y Dios siempre está ahí incondicional, indicándome la ruta a seguir con el tratamiento, y jamás se equivoca. Siempre me maravillan sus cosas.

¡Cómo Dios pudo hacer un universo tan maravilloso y armonioso y cómo nos hizo ser la parte más inteligente de este!, ¡cómo se ideó el Sol, la Luna, las estrellas, el aire, la tierra prodigiosa, los valles, los ríos, las lagunas, las montañas!, ¡cómo a cada caso le asignó distintas tareas!, ¡cómo el sol calienta los mares y los atrae el cielo para que embaracen las nubes y vengan en forma de lluvia! Y ¡cómo designó a los ríos la fructífera labor de impregnar los campos de verdor y vida y obligarles a desplazarse raudos a conjugarse con los mares!

¡Cómo Dios se inventó la semilla para que eternicen el aporte del alimento a todos sus hijos de su creación!, ¡cómo se inventó el átomo tan pequeño y con un alma más poderosa que un volcán o un huracán!, ¡cómo se inventó las células con una estructura tan simple y tan compleja que en esta está todo el secreto de la creación!, genética que a cada uno le asigna su propia inteligencia y su propia alma, todo lleno de misterio para que el hombre descubra las maravillas que fueron creadas por Dios. “Las cosas esenciales son invisibles a los ojos de los hombres”, vislumbró el insigne escritor francés Antoine de Saint Exúspery y lo expresó en El principito , y esa es nuestra tarea, descubrir la belleza del universo sin olvidar que la mayor belleza está en el alma, que es la única que nos va a acompañar cuando retornemos a Dios. (O)

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Hugo Alexander Cajas Salvatierra, doctor en Medicina y Cirugía, Milagro