Vivimos una verdadera tragedia, los ecuatorianos somos la segunda nacionalidad de migrantes que cruzan el Darién a pie, intentando encontrar en Estados Unidos las oportunidades que no existen en nuestro país. Desde el año 2014 con el desplome de los precios del petróleo, el país ha vivido una seguidilla de momentos desventurados. En 2016, el terremoto de Pedernales de 7,8 en escala de Richter nos costó alrededor del 3 % del PIB, además de alrededor de 700 vidas. Ambas crisis tuvieron que enfrentarse con un agresivo endeudamiento externo debido a la falta de fondos de ahorro. Para el 2019 la situación económica era insostenible, el Gobierno de turno no tuvo otra opción que acudir al Fondo Monetario Internacional e intentar aplicar medidas ampliamente impopulares como la eliminación del subsidio a los combustibles, lo que derivó en violentas protestas sociales lideradas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), junto a otras organizaciones.

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El 2020 recibió al mundo con la pandemia de coronavirus y a nosotros no solo nos encontró sin ahorros y endeudados, sino además con un sistema de salud profundamente debilitado por falta de inversión y recortes de personal. Lo que llevó a situaciones trágicas como que Guayaquil sea comparada con Wuhan. Luego de un “casi milagroso” desarrollo de vacunas y de una exitosa campaña de vacunación, esperábamos al fin una mejoría de nuestra agobiante situación. Pero desde el 2021 y hasta la fecha nos ha golpeado la crisis de seguridad más grave de nuestra historia, convirtiéndonos en el 2023 en el país más violento de América Latina. Perdimos la isla de paz, esperemos que esto sea de forma momentánea. Para colmo nuevamente desde el año pasado nos hemos visto sometidos a racionamientos eléctricos producto de la falta de inversión e imprevisión.

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Sin duda, hay motivos para preocuparnos, llevamos ya diez años de vacas flacas, por decir lo menos. Una década de un casi nulo crecimiento, que nos ha llevado a ser cada día más pobres. Es urgente realizar cambios estructurales que equilibren la situación fiscal y al mismo tiempo proteger a los más débiles. Es imprescindible iniciar la diversificación de nuestra matriz productiva generando mercancías de mayor valor agregado y reduciendo la dependencia fiscal a los alicaídos ingresos petroleros. Aunque a corto plazo el aumento de la producción petrolera y la minería podrían ser alicientes. Así como restablecer en un futuro cercano algún fondo de ahorro que nos permita enfrentar de mejor manera imprevistos e impulsar nuestro desarrollo. Pero ninguna de las soluciones que requerimos con urgencia se encuentran en el panorama. Lamentablemente en Ecuador vivimos de parche en parche económico, viendo cómo hacemos para pagar la nómina mensual de la burocracia y cómo se pagan los sueldos atrasados interminables del sector público.

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Lamento informarles que las soluciones no nos caerán del cielo, ni ningún Gobierno amigo u organismo financiero multilateral nos regalarán los recursos que necesitamos año a año para cerrar nuestro abultado déficit fiscal. Nuestras fuentes de financiamiento cada día son más limitadas.

Es hora que los ecuatorianos, una vez más, nos empoderemos de nuestro destino y empecemos a soñar nuevamente en un país viable. (O)

Carlos Andrés Robalino Luque, abogado, Guayaquil