Hace tanto calor en este inicio de septiembre en Alemania que ayer empecé mi curso de español deleitando a mis alumnos alemanes con la sinfonía Qué calor, de Los Pibes Chorros. Aprendí entonces que también los alemanes comprenden las connotaciones financieras del “vino en cartón” y debí además reconocer que la cumbia villera es un ritmo que no se puede apreciar de la mejor manera si uno está sobrio y concentrado. En fin, hace más de 30° C desde hace ya demasiados días, así que somos muchos los que tenemos el cerebro derretido o más bien tostado.

Paisajes infinitos

“Uno no debería quejarse del clima”, me dijo un día un amigo que tiene vocación de conferencista de talleres de superación personal. Es algo que está fuera de nuestro control y por ello un aspecto de la vida que debemos aprender a aceptar con gracia y estrategia. “No existe el mal clima”, dicen otros, “solo una elección equivocada de vestuario”. Al primero se le podría contestar que ya resulta casi indudable que el mundo anda recalentado (o a veces recongelado), pero de una u otra forma, a esos extremos ha llegado por influencia directa de nuestra forma de vivir, o más bien, de consumir. A los segundos se les podría preguntar cuál es la ropa mágica que te protege del calor. La ropa de lino, de colores claros y de manga larga ayuda, pero ante el furioso sol del mediodía el único remedio real es quedarse en casa con las cortinas cerradas, desnudo y dentro de una bañera con agua fría. El problema que surge entonces es cómo combinar esa estrategia con la obligación de trabajar. Alemania, a diferencia de los países mediterráneos, no tiene una cultura de siesta o pausa larga de mediodía. La gente ha seguido bregando en sus sofocantes oficinas y solo a los niños se les ha permitido acortar la jornada académica. Instalar aire acondicionado sería, sin embargo, una solución de miopes: eficiente a corto plazo, a largo plazo letal para el medioambiente.

Sanar la tierra herida

En invierno se puede enfrentar el frío vistiendo como una cebolla, con muchas capas delgadas que resultan más efectivas que una sola capa gruesa (esto lo aprendí a las malas). En verano se sobrevive al calor entregándose al ocio: nadar en el lago, dormirse en una hamaca a la sombra protectora de un árbol, encerrarse en casa con un libro y un plato de uvas heladas (créanme, no hay nada más delicioso y refrescante que unas uvas que han pasado un par de horas en el congelador). Pero ya todos sabemos lo que Dios nos dijo cuando nos expulsó del Paraíso: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. ¿Pero no era a Adán al que castigó de tal forma y a Eva, en cambio, con lo de parir con dolor? ¿Cómo es que las mujeres terminamos con doble castigo?

A orillas del mar

Sea como fuere, mujeres y hombres, animales y plantas, todos los seres estamos viviendo en un mundo en llamas. O en inviernos que nos congelan el sudor y hasta las lágrimas. Quizá es poco lo que podemos hacer para mejorar el clima (exigir al Estado acción inmediata contra las corporaciones predadoras y elegir formas ecológicas de consumo y transporte), pero ciertamente está en nuestras propias manos sobrevivir al amparo de la sabiduría popular y recordar que, a mal tiempo, buena cara. (O)