Con la llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos el próximo martes, la relación estadounidense con el mundo iniciará una nueva era definida por dos estrategias geopolíticas: el proteccionismo y el expansionismo; principalmente en torno a tres desafíos de política exterior: seguridad, migración y comercio, en los que se generarán acuerdos marcados por un estilo pragmático y transaccional al negociar en el nuevo orden internacional.

‘Ciudadano Kane’ reloaded

El proteccionismo de Trump reivindica la esencia nacionalista de la Doctrina Monroe, formulada en 1823, en la que se estableció una “América para los americanos”, donde Estados Unidos asumió el rol central en la protección del hemisferio occidental frente a la influencia europea. En el siglo XXI, la versión trumpiana prioriza los intereses estadounidenses de seguridad, política migratoria y economía en sus relaciones internacionales, especialmente frente al avance comercial de China en Occidente y el extremismo islámico. Con respecto a América Latina, la Doctrina Monroe legitimaba intervenciones directas de Estados Unidos en la región bajo la premisa de estabilizarla; mientras que hoy la premisa es la contención, reflejada en el combate sin frontera a los carteles del narcotráfico, las deportaciones masivas de migrantes irregulares y la imposición de sanciones económicas o amenazas comerciales que maximicen beneficios para los Estados Unidos, incluso a costa de provocar tensiones con sus propios socios comerciales y vecinos.

El expansionismo en esta nueva era está determinado por mantener la supremacía tecnológica estadounidense y su fortaleza comercial. La alianza estratégica entre el nuevo gobierno de Trump con las big techs definirán una política tecnológica cuya regulación esté al servicio de la soberanía digital nacional, al impulso de la industrialización local y al estímulo federal a la innovación tecnológica con gran escala comercial.

Trump, en su libro El arte del acuerdo, señala que la presión, la intuición y la confrontación son un eje fundamental en sus negociaciones. El presidente norteamericano juega para ganar, busca acuerdos competitivos, maneja la ambigüedad y se orienta a la acción. Usa tácticas poco ortodoxas dentro del esquema de las negociaciones internacionales, señala que “la clave última de mi estilo es la osadía… nunca está de más un poco de hipérbole, que es exagerar sin mentir, es decir, la exageración en su variedad inocente, que es una forma de persuadir muy eficaz”; de ahí que en los últimos días, antes de su investidura, ha declarado: “Canadá debería unirse a Estados Unidos como el estado número 51”, “es una necesidad absoluta que Groenlandia sea propiedad estadounidense”, “vamos a cambiar el nombre del golfo de México por el de golfo de América” o “Estados Unidos debe retomar el control del canal de Panamá”.

Superar la osadía, la máxima presión y el control unilateral exigirá un esfuerzo bilateral con una diplomacia libre y resolutiva, garantizando condiciones de soberanía y transparencia para responder, bajo el principio de reciprocidad, a los intereses comunes de eficacia y progreso compartido. (O)