Una vez más los ecuatorianos vamos a las urnas. Sabemos que, si las elecciones dependieran del voto voluntario, muchos preferirían ahorrarse la molestia de aguantar sol, lluvia, fila, hambre, frío y apuro para conseguir el tan necesitado certificado. Visto que debemos cumplir con esa obligación cívica y legal, una vez más nos encontramos ante el dilema de toda nuestra vida republicana: a quién darle el voto.
A propósito de esta duda que sigue presente en la gran mayoría, reflexionaba con unos amigos sobre lo confuso que es saber quién realmente va a ganar las elecciones. Y ello, en parte, por el cambio drástico en la forma de hacer campaña política en el país. Antes, los mítines eran una manera visible de “adivinar” algo, viendo quién reunía más gente; también podíamos guiarnos por la cantidad desigual de propaganda que transmitían en los distintos canales de televisión local. Pero como la política no pudo escapar de las nuevas realidades sociales, desde la llegada de las redes y las reglas del CNE, muchos candidatos prefieren promocionarse en TikTok o Instagram que hacerlo recorriendo calles; cosa que además de ser más barato y seguro les ahorra tener que “majar” tanto lodo, como vulgarmente se conocía a aquellas antiguas caminatas.
Paz institucional y calma social
Ello genera algunos cambios fundamentales en la forma como el electorado percibe el posible éxito de sus candidaturas, sumados a las famosas encuestas, que se han convertido más en un factor de confusión que en un referente de tendencias reales.
Por ello, mis lectores, esta columna pretende transmitir un mensaje positivo para que hagamos uso de la tan poco respetada libertad de conciencia.
Lo primero que comentar es que la radio, el TikTok o el grupo de WhatsApp y las encuestas truchas que pululan no deberían tener la capacidad de calificar nuestra conciencia. Nadie tiene el derecho a cuestionar nuestro voto ni a calificarlo de útil o inútil. Quien se expresa de esta manera desconoce los principios sobre los cuales se basa nuestro sistema democrático y olvida el hecho de que el voto es en sí nuestro derecho, un mecanismo para expresar libremente nuestra opinión.
Lo que sí nos corresponde hacer, como ciudadanos que queremos lo mejor para nuestras familias y para el país, es meditar en profundidad la forma en que ejercemos ese derecho.
Hecho esto, lo siguiente será plasmar con total libertad la conclusión a la que lleguemos. No hay desperdicio, cuando se vota según la conciencia.
Somos capaces de tomar nuestras propias decisiones, sin querer convertirnos en adivinos de resultados, sino eligiendo a quien en libertad de opinión individual represente lo que queremos para nuestra sociedad.
A propósito de lo cual me permito compartir con ustedes un fragmento del poema Invictus, de William Ernest Henley, que acompañó e inspiró a Nelson Mandela en sus años de prisión: “… No importa cuán estrecha sea la puerta, cuán cargada de castigos la sentencia. Soy el amo de mi destino. Soy el capitán de mi alma”.
Somos dueños de nuestro voto y, con ello, de nuestro destino. No permitamos que nadie nos turbe ese derecho. Al fin y al cabo, si tanto repiten los políticos que la voluntad del pueblo es la voluntad de Dios, pues que así sea. (O)