Llegó diciembre, ese mes que entrelaza el recogimiento espiritual con el tráfico infernal, el consumo, el estrés de fin de año y todas las obligaciones que estas fiestas demandan.
Un mes especial, donde se promulga el amor y la buena voluntad.
Me gusta la definición de amor del biólogo y filósofo Humberto Maturana: la aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia y sin exigencias. Visto así implica la presencia del otro, un otro que está cada vez más ausente o menos validado en los distintos espacios de convivencia, especialmente en las redes sociales, que de sociales tienen muy poco.
Una de las maneras más violentas de deslegitimar a un otro es negarle su verdad, descalificándola o intentando imponer un relato de la verdad.
Creo que vivimos en una era de desencanto con la verdad. Aquella noción relativamente sólida que una vez pudo haber guiado nuestras decisiones colectivas y personales ha sido desplazada por un espejismo, algo que llamaría el fast true. Las redes sociales, con su insaciable demanda de inmediatez, han moldeado nuestra percepción de la verdad como algo efímero, elástico y, sobre todo, descartable. En este nuevo ecosistema, las verdades compartidas han sido sustituidas por opiniones fugaces que se presentan repetidamente como certezas.
Este fenómeno se ha profundizado con la posverdad, relatos que deliberadamente distorsionan una realidad para manipular creencias y emociones para influir en la opinión pública.
En esta dinámica, la verdad deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en un producto más, diseñado para captar la atención, dividir opiniones y reforzar prejuicios. La posverdad no elimina la verdad, la relega a un espacio en que compite con ficciones cuidadosamente empaquetadas.
El universo líquido y sus algoritmos premian la emisión constante de juicios. Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, plantea: “La información fluye, pero no deja huella”. Vivimos rodeados de una sobrecarga informativa que nos abruma y, paradójicamente, nos deja menos informados.
Este es un terreno fértil para las fake news, noticias falsas que son disparadas y prosperan en un entorno donde la velocidad de consumo supera con creces la capacidad de reflexión. Las emociones como la indignación y el miedo se convierten en motores que legitiman esos relatos.
Ante este desencanto, aparece el desafío de reivindicar el relato pausado como un acto de resistencia cultural, que implica desacelerar, analizar y estar dispuestos a escuchar. Significa, también, cuestionar la tiranía del algoritmo y rescatar la conversación como el espacio donde las ideas pueden ser discutidas, no solo consumidas y para eso, se necesita la presencia legítima de un otro.
Un gran acto de amor para este mes de diciembre puede ser el proponernos reconstruir la presencia del otro como una tarea colectiva que implica educar para el pensamiento crítico.
Como sociedad debemos decidir si seguimos atrapados en el espejismo del fast true o si, como decía Hannah Arendt, aceptamos que la verdad no necesita ser popular para ser real. (O)