En el arco de pocas semanas el país luce más confuso que lo de costumbre. Es difícil saber si en los próximos días lograremos tener más claridad y salir del último laberinto que se ha tejido. Es difícil saber por dónde comenzar. Es más, se puede comenzar por cualquier episodio, y siempre volvemos al mismo punto. El escaso compromiso de las élites ecuatorianas por crear y mantener un sistema democrático y transparente, en lo político, y un sistema eficiente y moderno en lo económico. El único compromiso que parecen tener es con sus propios intereses. La cercanía de las elecciones debería convertirse en una oportunidad para la reflexión sobre el futuro y los problemas de nuestra sociedad. Lamentablemente poco de esto tenemos. El discurso político ha sido sepultado por las imágenes de las redes sociales que asfixian a la inteligencia y anulan la razón. Hace pocas semanas, el país escuchó la denuncia de una valiente jueza sobre las presiones a las que ella fue sometida por funcionarios públicos para que deje impune esa barbaridad de que una vicepresidenta electa pueda ser removida de su cargo por un simple expediente administrativo. Solo este hecho debió ser materia de una reflexión detenida y profunda. ¿Hasta cuándo vamos a tener que esperar para tener un poder judicial independiente, libre de corrupción y eficiente? Nadie les reclama esto a los candidatos y a los políticos. ¿Cuándo van a dejar de manipular la ley para evitar que los tribunales se conviertan en simples peones de ciertos grupos de poder económico o político? ¿Cuál es el temor para tener una justicia independiente? No caen en cuenta de la conexión que hay entre el desarrollo capitalista y la institucionalidad. No hay seriedad en el Ecuador para afrontar temas como estos. La mayoría de los candidatos se pasan el día acusándose mutuamente, jugando con el hambre de la gente, usando a los pobres para tomarse fotos y decirnos que siempre los han tenido en sus corazones, cuando es simplemente una mentira.

Hasta ahora no hay una explicación clara de la tragedia de los niños de Las Malvinas que fueron secuestrados, asesinados y luego quemados. Resulta que criticar semejante acto y demandar una sanción contundente es atentar al honor de las Fuerzas Armadas. Es un error gigantesco. Guardar silencio sobre este crimen es lo que puede afectarles. ¿Cómo es posible que esas creaturas hayan sido secuestradas –porque eso fue, un secuestro– por elementos de las Fuerzas Armadas y luego abandonadas? ¿Cómo es posible que un ministro de Estado no tenga un mínimo de empatía con sus padres, y que unos delincuentes que nos gobernaron usen esta tragedia electoralmente? Cómo será de mediocre nuestra élite que es incapaz de caer en cuenta de lo serio que es esto. ¿Cuán prestos están algunos a perdonar abusos de poder cuando el abusador es alguien con el que simpatizan, y cuán determinados están a denunciar y gritar hasta el cielo cuando es alguien que no les gusta?

Da la impresión de que las próximas elecciones vamos a botar la democracia al basurero. Y lo haremos porque nos contentamos simplemente con que no gane tal o cual candidato, pero nos rehusamos a vernos en el espejo. Los comicios electorales son apenas un componente de una democracia. Tal parece que seguimos sin entender esto. (O)