Con ocho años no sabía que la vida estaba llena de mudanzas. Que los seres humanos también mudamos la piel porque a veces nos toca desprendernos de ella y dejarla junto a una ilusión fallida, junto a una traición que se veía venir. Mudamos las ideas, los afectos, los sueños. Y a veces, quien más queremos se muda lejos.

Dejar el viejo colegio de las madres Bethlemitas no fue fácil, tener que olvidarse de la madre Marta, del olor a cedrón y rosas de la casa de la abuela, de los parques y plazas que cruzaba sola; pero lo peor fue dejar de ser la hija del doctor Marquito Varea para convertirme en una niña más del salón de clases.

Llegué con zapatos y miedo nuevos. El rojo intenso de los sacos del uniforme era como una mal presagio, pero la sonrisa abierta de la señorita Fabiola me dio calma. Saquen su cuaderno de Cívica y avisen a sus papitos que en 15 días iremos de observación, dijo. Mientras sostenía el libro Terruño en las manos lo dijo.

El poder de lo local

–Abra interrogación, con rojo, escriba: ¿Qué es civismo? En la siguiente línea, con azul, responda: Civismo es el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.

Supongo que después nos explicó qué significaban esas palabras porque yo, la alumna aterrada, despistada y chagra de pocas luces las entendí de un cuajo.

A los 15 día fuimos “de observación”. Ese día, ese exacto día de 1966 empecé a amar a una ciudad enorme que no era la mía. Una ciudad con enormes y bellísimos monumentos que nos contaban su historia, con estatuas de piedra y bronce y mármol y gloria. Ese día, ese exacto día de 1966 supe lo que era el orgullo por algo, supe lo que era pertenecer, supe lo que era mirar con los ojos del alma (como dice el tango de Eladia Blazquez).

¿Es demasiado pedir?

El monumento a la Independencia, en plena Plaza Grande, donde irónicamente los palacios del poder político y eclesiástico miran a esa plaza, ha sido robado. Se han llevado una de las hojas de acanto. Que no es la primera vez, dicen. Que ya faltaba una corona de laureles, dicen. Que las letras doradas se las vienen robando desde hace rato, dicen… Y nosotros los ciudadanos, ¿qué decimos?

Con la sabiduría que se nos derrama debido a su exceso proponemos, como en todo, alguna medicina que alivie el síntoma porque para la enfermedad ya no vemos solución. Tal vez ya hemos visto que quienes se autotitulan “de izquierda” llegan a trabajar (con ambas manos no solo con la izquierda) para su exclusivo beneficio. Tal vez ya hemos visto que quienes son de derecha hacen exactamente lo mismo, con menos himnos y fiestas y cantos protesta y algarabía altiva y solidaria, pero exactamente lo mismo.

¿Servirá volver a la educación cívica que con las mejores intenciones propone la ministra Alegría Crespo? ¿Cientos, miles de señoritas Fabiola podrán lograrlo? ¿Podrán los niños de padres sin trabajo, violentos, pobres (por opción como todo pobre, obviamente), llegar a clase con hambre y miedo y entender qué mierda quiere decir la seño cuando habla de “comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”? (O)