Cada día encontramos en la prensa noticias relacionadas con el conflicto armado interno y los resultados diarios del plan destinado a vencer a la delincuencia organizada. En los allanamientos han encontrado a algunos de los miembros de las organizaciones y también objetos propios de quienes están listos para una lucha armada.

En esa guerra, del lado de la delincuencia organizada participan no solo los grandes jefes y sus cómplices que manejan el dinero y el poder, y que son invisibles, sino también ciudadanos, jóvenes y adolescentes que cumplen órdenes y ejecutan actos violentos para alcanzar el objetivo encomendado. Muchos son reclutados a la fuerza; primero los enganchan con las drogas o por extorsión y amenazas para que se sumen a la tarea a cambio de algún dinero o de poder seguir viviendo en su casa.

Para entenderlo mejor debemos ponernos en el lugar del padre, la madre o los jóvenes mismos que son parte de los 4,9 millones de ecuatorianos que, según cifras del INEC de junio del 2023, son pobres.

Pero ¿qué es la pobreza? La respuesta más común está en las cifras, como la citada en el párrafo anterior, que la define a partir de los ingresos y el consumo; pero, si nos ponemos en el lugar del padre sin trabajo, sabríamos, con angustia, que es falta de alimentos, de agua potable, de vivienda, de trabajo, de acceso a la educación, de atención a los problemas de salud, de oportunidades, de futuro.

Entendida así, es fácil comprender que la pobreza es injusta no solo porque impide el desarrollo integral de las capacidades de millones de seres humanos, sino porque afecta la posibilidad de que todos se sientan corresponsables de lo que pasa a los miembros de la comunidad, esto es, de volverse solidarios y luchar por que todos tengan acceso a oportunidades de desarrollo personal y de participar en el progreso colectivo.

El cambio debe partir del convencimiento de que todos los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos...

En nuestro medio, el ejemplo del padre sin trabajo que, con ansiedad permanente, busca ganarse la vida para él y los suyos de cualquier manera es una realidad evidente y múltiple, y no es raro que caigan en la tentación del dinero fácil y que algunos se conviertan en sus primeras víctimas.

Volvamos al principio. La crisis económica y la inseguridad en que vivimos no terminarán con el esfuerzo actual, porque si no ganamos el combate a la pobreza siempre prenderá la semilla. Se necesita un cambio en la manera de concebir la sociedad y eso nos incluye a todos.

El cambio debe partir del convencimiento de que todos los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos y que todos merecemos oportunidades similares. Para ganar ese combate se necesita un ejército con preparación y armas diferentes. Conocer la realidad y las carencias de más de cuatro millones de ecuatorianos y sentirlas como el padre mencionado serían la mejor preparación para luchar por esa causa.

Un ejército militar no será suficiente sin un ejército civil de miembros capaces de tomar decisiones no solo en el escritorio, sino desde el conocimiento directo del problema y, ¿por qué no?, con la participación de los protagonistas. Las armas serían la mente abierta, el trabajo incansable y el corazón solidario. (O)