Por Gustavo Fierro Carrión *


En pocas semanas entrará en su segundo año la Pandemia de SARS-CoV-2, también llamado COVID-19 o Coronavirus-19. Con más de 111 millones de infecciones y casi 2,5 millones de muertes en el mundo en los últimos 11 meses, ha sido la peor pandemia de los últimos 100 años.

Desde el inicio de la pandemia y durante los siguientes 9 meses, las noticias fueron casi sin excepción malas: el virus seguía diariamente contagiando a cientos de miles de personas y causando la muerte de decenas de miles de personas en especial de la tercera edad. Medidas draconianas como cuarentenas estrictas lograban solo frenar un poco el avance del virus. Fármacos como Remdesivir y Dexametasona sí demostraron tener una mediana eficacia terapéutica, pero casi exclusivamente en pacientes menores de 70 años. Los mayores de 70 años en casi todos los casos se complicaban con neumonía viral severa e insuficiencia respiratoria.

A mediados de diciembre de 2020, sin embargo, hubo una gran noticia: la FDA (Food and Drug Administration) de Estados Unidos había concedido un permiso de emergencia a la farmacéutica americana Pfizer para empezar a distribuir su vacuna para COVID-19, que la desarrolló en un tiempo récord de apenas 10 meses en colaboración con la biofarmacéutica alemana Bio-NTech. En los estudios de fase 3 con 40 mil voluntarios, la vacuna había demostrado tener una eficacia increíblemente alta, de 94 %. En comparación, la eficacia de la vacuna contra la influenza es de aproximadamente 67 %. La vacuna de Pfizer utiliza una tecnología absolutamente nueva que consiste en una reconstrucción de ARN sintético que codifica el antígeno de la vacuna. El antígeno es la proteína en forma de espícula del COVID-19 que el virus utiliza para invadir las células de las vías respiratorias. La vacuna induce al sistema inmune para que produzca anticuerpos contra esa proteína.

Una semana después, recibió autorización de emergencia de la FDA la vacuna de la farmacéutica Moderna, que utiliza una tecnología idéntica.

Ambas vacunas son de alta tecnología y se recomiendan temperaturas muy bajas, de 70 grados centígrados bajo cero para su preservación. Son recomendadas dos dosis, con tres semanas de intervalo. La Pfizer montó inicialmente en el Reino Unido y luego en Estados Unidos una compleja y gigantesca operación logística para la distribución y aplicación de la vacuna. Los primeros en recibirla fueron médicos, enfermeras y personal de atención de salud, y luego personas de tercera edad. Hasta la fecha, un 15 % de la población de Estados Unidos, unas 49 millones de personas, han recibido la vacuna. En Reino Unido y Europa el numero de vacunados sigue diariamente aumentando.

Lamentablemente en Ecuador hasta la fecha han llegado solo 18 mil dosis y el número de vacunados es bajísimo, casi insignificante.

En Israel la vacunación con la vacuna Pfizer ha tenido un éxito notable, y hasta la fecha casi la mitad de la población mayor de 18 años, 9 millones de personas, ha sido vacunada en apenas dos meses y medio. Las autoridades israelíes han creado un sistema de incentivos en que a las personas que reciben la vacuna se les entrega un “pasaporte verde” que les permite el ingreso a lugares públicos como supermercados, teatros, restaurantes, etc. Los que se resisten a vacunarse no reciben el “pasaporte verde”.

Investigadores y epidemiólogos israelíes del centro médico Chaim Sheba en Tel Aviv, Israel, descubrieron algo inesperado y muy positivo sobre la vacuna Pfizer: una sola dosis proporciona protección de hasta 85 %, un porcentaje mucho mayor al 54 % que los mismos investigadores de Pfizer concluyeron que es la eficacia de la vacuna con la primera dosis. Además, no son necesarias temperaturas tan bajas para evitar que se desnaturalice la vacuna; unos 8 grados centígrados bajo cero, que se lo puede conseguir en el congelador de una refrigeradora común y corriente, es suficiente.

Con estos resultados, la probabilidad de que Israel se convierta en el primer país en lograr la inmunidad colectiva o inmunidad “de rebaño” contra COVID-19 es muy alta. Los investigadores y epidemiólogos británicos y americanos también están optimistas de que en sus países la inmunidad colectiva será una realidad para el verano, tal vez tan pronto como junio de este año.

Pero no todo es color de rosa. En los últimos cuatro meses han sido identificadas variantes mutantes de COVID-19 que pueden invadir el tracto respiratorio y causar enfermedad con más facilidad. La mutación B117, que apareció por primera vez en el Reino Unido, es una mutación en la proteína en forma de espícula de la envoltura del virus, que el virus utiliza para invadir a las células del tracto respiratorio. La espícula tiene tres subunidades y la nueva mutación hace que las tres subunidades puedan unirse a los receptores de la célula respiratoria y de esta manera el virus multiplica por tres su potencial infectivo. Al inicio de la pandemia hace casi un año solo una subunidad podía unirse a un receptor.

Desafortunadamente los expertos aseguran que la mutación B117 se convertirá en pocos meses en la variante dominante del virus en Reino Unido, Estados Unidos y probablemente muchos países de Europa.

Dos mutaciones adicionales que aparecieron en Sudáfrica y Brasil, las variantes N501Y & E484K, obstaculizan la acción de los anticuerpos neutralizantes con lo que el COVID-19 puede evadir mas fácilmente al sistema inmune.

Los inmunólogos e investigadores de las farmacéuticas Pfizer / Bio-NTech y Moderna están seguros de que la vacuna va a retener su alto grado de eficacia al menos por el resto de 2021. Pero de ninguna manera han bajado la guardia y están estudiando e investigando las nuevas mutaciones del virus de manera de estar en capacidad de desarrollar modificaciones en la vacuna que sean eficaces contra esas mutaciones.

Lo más probable es que el COVID-19 se comporte de manera parecida al virus de la influenza, que también muta más o menos anualmente. Es muy probable que vacunas repotenciadas de refuerzo contra las nuevas mutaciones de COVID-19 sean necesarias cada año o cada dos años. Las mascarillas y otras técnicas de protección también van a tener que seguir usándose al menos un año más.

La humanidad va a tener que adaptarse y coexistir con el COVID-19 de manera parecida a la coexistencia con otros virus como el virus de Influenza o el VIH causante de SIDA, o la familia de los Herpesvirus. En biología evolutiva, un organismo que no se adapta a cambios, termina por extinguirse. El ser humano no es ninguna excepción. (O)


*Médico especializado en Medicina Interna e Hipertensión Arterial en el Centro Médico UT Southwestern en Dallas, Texas, y Profesor de Ciencias Clínicas en la Escuela de Medicina de la Universidad San Francisco de Quito.