Parece ya cansón y hasta pesimista que cada vez que tengo el placer de liberar mis pensamientos tras unas teclas, tenga que ser para evocar nuevamente nuestros dolores.

Seguramente, querido lector, usted verá mi nombre y el título de esta columna y exclamará con mucho acierto el viejo refrán “y vuelve la burra al trigo”, cansado de lo repetitivo y fastidioso que puede ser tener que decirle lo que es obvio: nos podrimos, nos hundimos, apestamos a indiferencia, irradiamos corrupción y nos recogemos en frustración.

Pero también una persona sabia, de esas con las que tengo el gusto de compartir mi vida y a veces hasta guía mis letras, Nelsa Curbelo, en un arrebato de rendición, me tomó de la mano y me dijo algo así: “Si no hacemos nada desde nuestros puestos en la vida, nos sumamos a la impavidez del mundo. Recuerda, querido amigo, que va tanto el agua al cántaro que lo rompe y lo vuelve infinito”.

Y honestamente, creo que aunque no todo debe ser quejas, no debemos confundir el positivismo para enfrentar la vida con la indiferencia a los demonios que nos la consumen. Veo con preocupación cómo nos acomodamos en nuestros asientos con un suspiro furtivo, después de una media mueca, espero que por lo menos sea de asco, viendo cómo aparecen de la nada 17 binomios presidenciales a querer engañarnos con la salvación de un país en llamas.

Escuchaba esta semana en una entrevista a un politólogo que decía que ya nadie tiene buenas intenciones en la política, y ahí noté como nos hemos acostumbrado a que nuestro país sea una baratija que se ofrece en un mercado negro de personas que les puede interesar cualquier cosa, menos el bienestar colectivo, y tanto se ha arraigado esta clase política payasa que hasta grupos delincuenciales se sienten con la libertad de presentarse para ocupar una dignidad de elección popular. Nunca se equivocó Francisco Huertas cuando se pasó hablando de lo arraigado de la narcopolítica y cómo nos pasaría factura.

Por eso, es necesario insistir en el tema, el abusivo es poderoso hasta que el débil se rebela, y tenemos la obligación casi patriótica de entender que en este país los poderosos somos nosotros, los que caminamos a diario por llevar de una manera honesta el pan a nuestra mesa, los poderosos somos nosotros, los que ponemos lo mejor de nuestra vida para sacar nuestro negocio, nuestro oficio, nuestra profesión adelante sin pisar la cabeza de nadie, sin venderle humo a nadie.

Somos nosotros mejores personas que nuestra clase política promedio, somos usted y yo los que tenemos el poder en nuestras manos, los únicos que tenemos la potestad para apagar este incendio que nos lo encendieron los mismos que hoy se regresan de sus autoexilios para pretender volver al poder, escriben y borran y vuelven escribir compulsivamente en sus redes sociales porque son prófugos y no tienen la valentía de venir a recoger el reguero de una mesa servida que jamás existió, los que nos quieren imponer presidentes, en una novela de un amor por la corrupción y danza de demonios que debemos exorcizar. (O)