La tensión política e institucional que vive nuestro país pone en riesgo al Estado democrático constitucional. Entregar este riesgo al control de la clase política refleja una ciudadanía cómplice de la inestabilidad del Estado, que solo se puede interpretar como una combinación de derrotismo político e indiferencia civil. Medir el valor de la ciudadanía en el desempeño democrático exige entender qué significa ser ciudadano.

El reciente libro de Richard Haass, titulado The Bill of Obligations, nos desafía a evaluar nuestra calidad ciudadana a través de diez hábitos que constituyen los valores y compromisos de un buen ciudadano. Revisemos brevemente estos hábitos: 1, mantenerse informado; 2, involucrarse en los asuntos de la nación; 3, estar abierto al compromiso; 4, permanecer con actitud civilizada; 5, rechazar la violencia; 6, valorar las normas; 7, promover el bien común; 8, respetar el servicio que da el Estado; 9, apoyar la enseñanza de la educación cívica, y 10, poner siempre al país primero. Diez acciones cotidianas que se convierten en costumbre civil, y que construyen una democracia eficiente y eficaz a través de un desempeño ciudadano comprometido con el país y la sociedad.

Haass hace un especial llamado de atención: “La Declaración de Derechos está en el centro de nuestra Constitución; sin embargo, nuestros conflictos más difíciles a menudo surgen de puntos de vista contrastantes sobre cuáles deberían ser nuestros derechos. La lección es clara: los derechos por sí solos no pueden proporcionar la base para una democracia funcional y una participación cívica sostenible. La solución exige poner las obligaciones en el mismo nivel de los derechos”. Este justo equilibro entre derechos y obligaciones crean las condiciones necesarias para diálogos productivos y consensos democráticos, que solo una ciudadanía civilizada puede alcanzar. La búsqueda del bien común no puede y no debe entorpecerse por la indiferencia, la apatía y el egoísmo, y mucho menos por la ira, la división y la violencia.

La ciudadanía es un proceso de aprendizaje continuo, es una responsabilidad individual y una obligación colectiva. Haass hace especial énfasis en la necesaria educación cívica en todos los niveles del sistema educativo, pero extiende esta obligación a las familias, las comunidades y sus líderes: partidos políticos, grupos religiosos, el sector empresarial, los medios de comunicación y los periodistas. Una ciudadanía que conoce y entiende su rol ante el Estado puede contrarrestar la desinformación, exigir calidad informativa basada en la veracidad y transparencia; y provocar un intercambio de opiniones que vigorizan el debate público, porque la democracia es una experiencia viva de ciudadanía política.

Nuestra obligación es clara: poner al país primero antes que al partido político o a la persona; solo si pensamos como nación nos blindamos de la polarización y el enfrentamiento civil, porque la ruptura de una sociedad es la principal amenaza de la democracia y la paz. “Tenemos el gobierno y el país que nos merecemos. Sin embargo, construir el país que necesitamos depende de nosotros”, enfatiza Haass. (O)