“Buscar más allá del gobierno”. “Buscar –de hecho– capacidades no gubernamentales”. Estas dos frases son las que mejor describen, a mi gusto, acciones de gobernanza, la disciplina encargada ya por décadas de destrabar exitosamente los nudos críticos de la gobernabilidad, como los que acumula a diario el actual Poder Ejecutivo en el Ecuador.

Y no se trata de recalentar el agua tibia para decir que acabamos de descubrirla. La gobernanza está vigente hace rato en muchos países cuyos líderes aprendieron, con dolor experimental, que gobiernos fiscal y administrativamente fuertes de las sociedades altamente industrializadas se mostraban, sin embargo, débiles para resolver problemas sociales de diverso tamaño, de mucho impacto en los ciudadanos que, en la esfera pública, ejercen mayoritariamente la dictadura del voto.

... parecían... preparados para hacer de la administración pública la máquina de un reloj suizo. Pero no.

Parece más simple de lo que es, sin duda: si no lo tengo en el gobierno, ni en la mesa chica de los íntimos, ni en la grande de los funcionarios públicos, debo conseguir a ese personaje que me ayude urgentemente a operar acciones fundamentales de Estado, como son las relaciones con las otras funciones. O de los costados, por si entre los que ya son mis subordinados burocráticos existe quien reúna tales cualidades, pero alguien lo refundió en la más alejada oficina estatal, para evitarse su sombra.

Dicho así suena a eficiente empresa privada, y el Gobierno actual, a todas luces, venía de allá mismo, con medallas en el pecho. Con el respaldo de su Think Tank que sesionaba en vecindad con el Bankers Club de Guayaquil y del que muchos pensamos había dedicado la reciente década a elaborar un efectivo plan de gobierno con abordaje en los temas gigantes, pero también los pequeños, cual delicada tarea de orfebrería política. Sus cultores, que ahora aparecen en fotos grupales desde Carondelet, y en variados escándalos de supuesta corrupción, parecían lo suficientemente preparados para hacer de la administración pública la máquina de un reloj suizo. Pero no. Y ese 17 % de aceptación del presidente, que revela la más reciente encuesta, evidencia el caos: no llegan a 2 de cada 10 ciudadanos los que aún mantienen la esperanza de la eficiencia prometida. Porcentajes usuales en momentos finales de gobiernos, pero no cuando aún no se cumple medio periodo.

Para el Gobierno y sus contradictores, gobernanza. En amplias dosis, y por tiempo prolongado. Se trata del involucramiento de todos los sectores y especialmente de los que más saben sobre los temas, sin importar qué bandera cuelgan en su ventana. Que ayude a resolver el más grave problema social que enfrentamos, esa inseguridad untada de narcoacciones que tienen en vilo la cotidianidad en muchas ciudades importantes del país, con sicarios actuando a voluntad en barrios otrora tranquilos. Que permita mesas de diálogo efectivas donde se rompa el esquema de que unos piden y arrinconan al que debe decidir para que firme, por ejemplo, aquella focalización de combustibles que ha trabado más de una vez la negociación.

Gobernanza, presidente, montada en un marcado liderazgo político. Para que nadie luego le quite el cuerpo a las decisiones tomadas. (O)