Uno de los artículos más pesados de escribir para quienes tratamos fundamentalmente los temas políticos es el que se publicará el día siguiente a una elección. Este es el caso de la columna de hoy, escrita en el pasado (el viernes), sobre el resultado de un hecho futuro (la elección del domingo) que para el lector ya es pasado. En medio de esa confusión de tiempos, solamente cabe hacer conjeturas sobre las consecuencias del triunfo de cada uno de los candidatos. En ese plano, algo que está claro es que se dibujarán escenarios radicalmente diferentes, pero que se presentarán también similitudes independientemente de quién resulte ganador.

Las diferencias son obvias y se encuentran en aspectos de fondo, como la economía y el ejercicio de la política (además de los temas sociales, las relaciones internacionales, el respeto/irrespeto a la justicia, entre otros). El modelo económico de Andrés Arauz, según lo ha anunciado, será muy similar al que aplicó su mentor en sus gobiernos. Pero para repetir esa experiencia requeriría de enormes recursos, que no están disponibles, ni estarán por largo tiempo. Acudir a las reservas, como es su decisión, será el suicidio de su gobierno y un crimen para el país. El modelo de Guillermo Lasso se inscribe en la ortodoxia económica, que arroja resultados en términos de estabilidad y crecimiento en el mediano plazo, pero requiere de ajustes duros en el inicio y considera, en su versión original, a la política social solo como compensatoria. La situación social y política del país no le permitiría aplicar el shock correspondiente, de manera que los resultados tardarían en llegar y se crearía un ambiente de conflictividad difícil de manejar.

En síntesis, por caminos diferentes, las diferencias entre ambos en lo económico-social le conducirían al país a un punto que no ofrece una solución real a la crisis actual (que es estructural y no pasajera). La única solución se encontraría en la configuración de un acuerdo nacional acerca del modelo a aplicar y de la ruta a seguir. Pero eso exige sacrificar aspectos sustanciales de sus respectivos programas e incluso de sus ideologías. Seguramente con Lasso habría más posibilidades de llegar a esa solución, pero en cualquier caso dependería del resto de actores políticos y sociales que, como enseña la historia reciente, son reacios a acuerdos que no signifiquen réditos inmediatos en contante y sonante.

Así, las diferencias confluyen en la mayor similitud entre ambos, que es el escenario adverso en que deberá actuar quien resulte ganador. El gobierno tendrá un margen sumamente estrecho de gobernabilidad, con una Asamblea fragmentada y con una sociedad que, abrumada por las necesidades insatisfechas, desconfía de los políticos y de la política. La manera de enfrentar este problema pone nuevamente al frente las diferencias, porque una situación de esa naturaleza es el hábitat ideal para que nazca y se desarrolle la tentación autoritaria. Que ceda a esta o que, a pesar de los elementos en contra, actúe con tolerancia definirá al gobierno y señalará el rumbo del país. Por la experiencia de los diez años de revolución ciudadana y por las amenazas del jefe de esta, se puede suponer que un gobierno de Arauz será más proclive a caer en esa tentación. (O)