Presto la frase a la escritora A. Venturini para describir cómo andamos estos días: dispersos de razón, inseguros, desconfiados. Los problemas crecen, originados en su mayoría extraterritorialmente, lo que complica su contención. Y no saber a dónde vamos los empeora; si no sabes a dónde quieres ir, cualquier camino vale, le advirtió el gato de Cheshire a Alicia.

Nos encontramos en un “interregno”, lo viejo ya no funciona, pero aún no se han inventado formas nuevas de hacer las cosas (Gramsci). Ante la incertidumbre se reacomodan las estrategias, pero la visión de futuro y principios que la sostienen no deben cambiar. La exitosa incursión de las fuerzas del orden contra el crimen organizado no puede distraer la mirada sobre el país que queremos.

Lo que cambió

¿Es posible un país de paz donde impere el estado de derecho democrático, que brinde seguridad, empleo, educación y salud de calidad a la ciudadanía? ¿Un país inclusivo, que respete las diferencias y defienda las libertades, dentro de los marcos normativos? ¿Un país sostenible, con igualdad de oportunidades y menor desigualdad entre clases sociales? ¿Un país que proteja a sus niños, adultos mayores y aquellos con discapacidad? ¿Un país donde no sean los corruptos e incompetentes quienes ejerzan el poder? ¿Un país donde la justicia sea confiable y no falle a favor de canallas? ¿Un país que promueva la cultura y el cuidado del ambiente? ¿Un país donde se extrañe a los migrantes y su capacidad de emprendimiento?

Las ciudades contemporáneas son una especie de “gran cubo de la basura” (Bauman), al que los poderes globales tiran los problemas que han creado y no saben cómo solucionar. En Ecuador conocemos del descuido estatal que afecta, en extremo, a las personas en situación de vulnerabilidad. La gente sospecha de los políticos y en situaciones límites surge la protesta.

La tormenta pasará

En 2022 escribí que vivíamos en un clima de terrorismo verbal que prescindía del pensamiento reflexivo, la opinión argumentada, la disidencia razonada. Que habría un pasaje de la palabra al acto, sin trámite cognitivo: la violencia en múltiples hechuras de horror. Ahí estamos. Y para problemas complejos urgen mentes complejas.

Un pensamiento complejo (complexus: lo tejido en común) implica asumir que el mundo real no se define por la suma de sus partes sino por las propiedades y acontecimientos resultantes de sus interacciones (Morin), que permite una concepción más cierta del universo. Es tomar consciencia de supuestos, razones y evidencias en que apoyamos las conclusiones (Lippman), ya que es imperativo saber manejar la ambigüedad y los riesgos.

Poderes estatales, medios, empresas, academia, sociedad civil, familias; tenemos un rol crucial para evitar que Ecuador devenga en una patria de remiendos. Y eso se logra con el uso de la palabra, la pregunta, el debate, el consenso, la voluntad política.

Ante la crisis de la ética pública y la dispersión de la razón, aplaudo la función de orden instaurada por el presidente Daniel Noboa y sus ministros, el ingeniero Henry Kronfle en la Asamblea Nacional y la doctora Diana Salazar en la Fiscalía, en una nación enredada en su propia telaraña. (O)