“Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, que por dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles”. Así empieza la Carta de la ONU. Desde que la organización fue creada en 1945, querellas viejas perduraron y otras más fuertes surgieron. Una de ellas entre Israel y Palestina, que hoy la humanidad especta llena de dolor.

Es inconcebible que, a pesar de tanto sufrimiento, de tanta zozobra mundial, la comunidad internacional y en particular las grandes potencias, dueñas del ajedrez, hayan sido incapaces, por sus propios intereses, de resolver dicho antiguo contencioso. No hemos aprendido las crueles lecciones de la historia: En la novela El niño con el pijama de rayas, el oficial nazi le dice a su hijo que los judíos que el niño ve desde su ventana y que están en un campo de concentración, no son personas “...no como lo que nosotros entendemos por personas. No debes preocuparte, no tienes absolutamente nada en común con ellos”. Ese era el pensamiento de la raza que creía impuros a los hebreos. Un exembajador de uno de los Estados contendientes en el actual conflicto calificó de animales inhumanos a los miembros del otro y se usa la religión para llamar al exterminio del contrario.

¿Cómo seguir llamándonos humanos a nosotros mismos si no nos hacemos responsables de la vida de los más necesitados?

Urge la paz, millones de personas la necesitan, de ambas orillas. Pero ese preciado bien no vendrá sin estar arropado por la justicia, por el pleno reconocimiento de los derechos de las partes. Los convenios celebrados hasta ahora han sido insuficientes y hasta engañosos. Los Acuerdos de Oslo de 1993 se cumplieron tardíamente y de modo parcial y anunciaron resolver cuestiones que nunca se decidieron como la de Jerusalén, los refugiados palestinos y los asentamientos israelíes, que desde entonces se ampliaron más bien. Hay que querer de verdad la paz, no sabotearla con la violencia para mantener iniquidades, promoviendo la división del contrario con los hilos del gran poder.

¿Hay que cambiar los códigos de ética, las leyes y el sistema educativo, que enseñan que las controversias se resuelven por medios pacíficos? La madre de la paz también exige que se castigue a los responsables de todos los desafueros. Los países vencedores de la segunda guerra mundial siguieron los famosos juicios de Nuremberg contra los criminales de guerra nazis y las víctimas y sus familiares tuvieron justicia, a pesar de que algunos juristas no exentos totalmente de razón pusieron reparos por la falta de una clara tipificación de los crímenes, lo que ya no sucede.

Es menester un arreglo inmediato de cese al fuego y devolución de los rehenes, que se levante la censura y las restricciones a la libertad de expresión que se está imponiendo desde que empezó la malhadada pelea.

¿Cómo seguir llamándonos humanos a nosotros mismos si no nos hacemos responsables de la vida de los más necesitados? ¿Cómo seguir viviendo? Nos tocó vivir en una triste época, como otras, que sea también de la lucha para impedir más atrocidades. “¡Qué violenta es la esperanza!”, decía Guillaume Apollinaire. (O)