El profesor de Derecho Civil habla sobre los remedios legales ante el incumplimiento de un contrato. Lleva puesto el blazer de cuadritos y coderas que le copió al Law Professor de la universidad Ivy League en donde estudió. Raya la pizarra con mapas conceptuales mientras se emociona hablando de Ulpiano, de Pothier y del judge Posner. Los alumnos tienen la mirada fija en sus laptops. Él está listo para empezar a hacer las preguntas aplicando el socratic method, pero lo interrumpe una mano que se levanta en el fondo del aula. ¿Doctor, para qué nos sirve estudiar esto si aquí los juicios se compran con dinero?

El profesor está a punto de contestar, pero siente que se le ha secado la boca. Por supuesto que el alumno se refiere a los chats en los que una funcionaria judicial conversa con jueces y delincuentes para resolver juicios a cambio de favores. A la máxima autoridad judicial de su provincia mandándole a decir a un narcotraficante que lo quiere conocer porque está guapo. A la videoconferencia de un líder político con el jefe de la mafia en la que acuerdan el soborno de un juez para sacar de la cárcel a un criminal que se robó el dinero del Estado. De repente Ulpiano, Pothier y Posner no le parecen tan relevantes.

Justicia: una explicación al caos

El conflicto que no es

Un momento, dice el profesor. Se acerca a la botella de agua que tiene en el atril. Mientras se la toma se acuerda de esa canción de rock en español que escuchó por primera vez hace tantos años. Suena el rasgueo de la guitarra: do, sol, do, fa. Se le aparece el muchacho al que le dijeron que juegue a estudiar porque los hombres son hermanos y juntos deben trabajar. Le dice que eso no fue tan verdad porque las oportunidades fueron para otros con laureles y futuros. El muchacho de la canción quería esfuerzo y dedicación, pero un sistema económico y social que solo premia a los más vivos y mejor conectados lo condenó a terminar bailando y pateando piedras.

El profesor sigue tomando agua y piensa en la canción. Cuando escuchó la letra por primera vez le pareció triste que al muchacho le hayan vendido la falsa esperanza del éxito basado en el trabajo honesto. De alguna forma, la canción se trata de un contrato incumplido para el que no había remedio. Lo que no se le había ocurrido antes es que el muchacho de la canción podía ser él mismo. Entonces pensó que lo verdaderamente triste era estar parado allí, en el Ecuador de Metástasis, con su blazer, su título Ivy League y su socratic method, hablando de Ulpiano, de Pothier y de Posner.

El profesor se toma toda el agua de la botella, pero sigue sintiendo la boca seca. Las miradas de los alumnos se fijan en él. Todos esperan su respuesta. Empieza a sonar el rasgueo de una guitarra: do, sol, do, fa. Y él está a punto de invitarlos al baile de los que sobran. (O)