Nos pensamos libres, es decir, creemos que actuamos por voluntad propia. Sin embargo, poco a poco esa certeza se oscurece cuando una fuerza externa impone su voluntad. Y lastimosamente, todas las personas, empresas y Estados tenemos a algo o a alguien que neutraliza nuestra capacidad de autonomía. Piense en su día a día, posiblemente ya organizó su agenda, decidió qué comer y a dónde ir, pero una llamada trastorna sus planes.

Fue Jean Paul Sartre quien analizó la libertad y los tortuosos caminos que transitamos. En sus conclusiones, Sartre afirmó que estamos condenados a ser libres. Entendiendo libertad como la capacidad de elegir cómo actuar. En resumen, no podemos controlar el entorno que nos rodea, pero sí podemos decidir qué hacer o dejar de hacer.

Esperanza y propósito

Según Sartre, junto con la conciencia de nuestra capacidad de actuar surgirá la angustia existencial, porque sabemos que las decisiones y sus consecuencias son únicamente nuestra responsabilidad. Sin embargo, Sartre no visitó Ecuador, no conoció a sus políticos y las redes de intereses que atrapan a quienes son la cara visible del Estado.

En su visión Sartre advierte sobre “la mala fe” como el impedimento de actuación deliberada y razonada. La mala fe la definió como el autoengaño, al pretender que son otros los que tienen la culpa de nuestras acciones y no nosotros. La mala fe en la política se expresa en eludir la responsabilidad sobre las decisiones; manipular las cifras, maquillar los datos o disfrazar los informes.

Navegar contra el viento

Para combatir la mala fe es necesario partir por la identificación de la propia responsabilidad. Es decir, qué tenemos que hacer, cómo hacerlo y hasta qué fecha se espera que concretemos una tarea. Parte de luchar contra la mala fe es educarnos para evitar el engaño. Para lo cual es necesario vivir auténticamente –en el sentido sartreano–, significa vivir según nuestras convicciones.

Como se deducirá, es importante tener claro las convicciones. Y quizá esto falta en nuestro país; las organizaciones, los partidos políticos, las instituciones y todos debemos primero identificar qué creemos y cuáles son los principios que defenderemos aun a costa de nuestras vidas. Y eso es importante, por tal razón toda organización exitosa empieza por definir su visión, su misión y sus principios.

En 2008, con el nacimiento de la actual Constitución, en Montecristi, parecía que al fin las fuerzas sociales, políticas y económicas se ponían de acuerdo con una visión de país. Pero, a pocas semanas de su emisión, sucesivas reformas, decretos presidenciales y cabildeos deformaron la carta de navegación del Ecuador.

Y sin una visión clara, es imposible que el país encuentre un rumbo y atienda los diferentes frentes que agobian a las diferentes instancias del gobierno. Mientras la mala fe se toma el país, empecemos a identificar los principios que sostienen nuestras decisiones. Y ya que no podemos controlar lo que pasa a nivel general, es necesario que dejemos claro qué queremos de nuestras vidas, qué estamos dispuestos a apoyar en el barrio, parroquia o provincia. (O)