Después de matar a unas 50 millones de personas, la gripe española desapareció del mapa de un día impensado del año 1920. Hace cien años no existía la OMS y tampoco se contaban los enfermos ni los muertos. Por eso, los datos que tenemos de aquella pandemia son los que consiguieron averiguar los historiadores. Así que nos podemos imaginar lo que dentro de 100 años dirá la historia de lo que pasó con la pandemia del COVID-19. Leerán las mismas estadísticas que tenemos ahora y ojalá les horrorice saber que todos los días sumábamos enfermos y muertos en una contabilidad macabra. En 2121 sabrán si eran o no verdad los datos que daba cada país a la OMS en 2021. Habrán averiguado, por fin, por qué algunos se contagiaban y otros no. Se sabrá cuál de las vacunas surtió más efecto o cuáles eran agua destilada. Investigarán si el paciente cero fue un cocinero de Wuhan que hacía menestra de murciélago o si el virus se escapó a propósito de un laboratorio. Además podrán comparar con perspectiva los datos, que seguramente darán conclusiones sorprendentes, como que no se contagiaron los que se lavaban los dientes tres veces por día, los que tomaban dos medidas de whisky a la tardecita o los que tenían una planta de alcanfor en el jardín.

Del recuento de difuntos mejor ni hablar. En 1919 no los contaron porque no querían alarmar a los soldados que partían al frente y prefirieron confundirlos con los muertos provocados por el gas mostaza o por la ofensiva alemana en la segunda batalla del Marne. Hoy hay más facilidades para contar lo que sea, entre otras cosas porque cada vez hay más ojos mirando... pero si queremos vivir en paz deberíamos apearnos de la manía de contar muertos y enfermos de lo que sea. Lo que tenemos que hacer es curarnos, no contarnos.

Pero el relato de 2121 que va a ser para alquilar balcones es la historia del fin de la pandemia. Esto termina en una especie de fiesta universal, un boom de nacimientos, de consumo masivo de cosas ricas y el mundo entero celebrando la vida. Ahora faltan vacunas pero dentro de unos meses se acabarán el vino, la cerveza, el champagne y la grapa. Tan es así que la historia de la juerga de la desescalada eclipsará a la de la pandemia y sus sucesivas cuarentenas, que nos tuvieron encerrados y distanciados durante tantos meses, la que quebró a miles y miles de comerciantes, terminó con gran parte de la industria del turismo y la gastronomía, vació los restaurantes, los malls, los aviones, los teatros, los cines, los estadios, los carnavales y los bailongos... y solo llenó de dinero las cajas fuertes de los laboratorios.

Es la historia repetida del fin de cada catástrofe, desde el diluvio universal hasta nuestros días. La humanidad se saca las ganas con cada arco iris después de la tormenta y actúa como una sola persona, aunque seamos miles de millones.

Dios quiera que además despierte una nueva solidaridad. Una nueva economía basada en la alegría de compartir y no en la amargura del egoísmo. Una nueva igualdad de oportunidades para todos, que no discrimine a nadie. Y una nueva hermandad entre la humanidad y el resto de la Creación. (O)