Me dirán que las dos cosas y que los hechos lo demuestran. El último torneo en que participamos, la Copa América, aparte de la buena calidad del equipo nacional, me sugiere el interrogante y abordo el tema pidiendo disculpas por el atrevimiento. Es un tema existencial.

Sin duda, los pueblos se sienten identificados con sus selecciones nacionales y el nuestro no es la excepción. Mi memoria me trae las odas pindáricas, 5 siglos antes de C., que exaltan las proezas de los atletas que intervenían en los juegos olímpicos. Los pueblos de la antigua Hélade se llenaban de orgullo con los triunfos de sus campeones y así lo proclamaban. Desde el siglo pasado los campeonatos mundiales del deporte estrella se hacen cada vez más populares y apreciados. Los futbolistas se sienten representantes de sus patrias y lo demuestran con la notoria unción con que cantan sus himnos nacionales antes de los partidos.

No podemos dejar de comparar. Siete décadas atrás, concurría a los estadios. Estuve con mi esposa en la gran pifia con que el pueblo expresó su rechazo al presidente Camilo Ponce por los muertos en la represión de los sucesos del 2 y 3 de junio de 1959. Ponce fue un buen presidente, honesto y buen ejecutivo. Vuelvo al deporte. En esos años, el fútbol en el país era de aficionados, no profesionales. Fue una gran noticia la del futbolista cuyo pase a un equipo, ¿extranjero?, fue negociado en 20 mil sucres. Lo apodaron “Veinte mil”. Con habilidades diferentes, dejaban el alma en la cancha, luchaban con pundonor y lealtad. Era muy raro el malintencionado. Ecuador nunca alcanzó un campeonato y estábamos del medio para abajo.

Todo ha cambiado. Ahora son profesionales. Viven del fútbol y muchos ganan millones de dólares. Esta conversión significó entrar al negocio y el lucro. Con estos, la codicia y la corrupción, que llegó hasta los altos cargos de la FIFA. Escándalos en la cúpula de un deporte que debe significar nobleza y juego limpio.

También el juego en sí mismo es diferente, más rápido, más técnico, más controlado, pero la televisión nos muestra faltas mal intencionadas, que pretenden no mostrarse. La tecnología, con el VAR, quiere evitar los errores que pueden cometer los árbitros.

En el fondo es un negocio más. Los organizadores cobran por todo. Los derechos de transmisión de los partidos, las propagandas, el valor de las entradas. Estas son cada vez más caras. Los futbolistas ganan mucho dinero. El costo de la reventa de entradas del último partido de la Copa América nos causa asombro. El abuso de los fanáticos se manifestó el domingo 14 cuando arrasaron los controles de un país acostumbrado a obedecer las reglas. El partido se atrasó más de una hora.

La afirmación de que el fútbol es ahora un deporte popular tiene matices y admite dudas. Los pobres, que son la mayoría del pueblo, no pueden pagar el alto costo de las entradas. Tampoco pueden ver la televisión pagada. Fue un éxito que un canal de señal abierta pasara los partidos del último campeonato. El noble deporte se ha convertido en un negocio rentable para “los dueños de la pelota”. Muchos pobres ni siquiera pueden mirarlos. (O)