En España, el poeta de cabras Miguel Hernández es encarcelado por el fascismo franquista alzado en armas contra el gobierno democrático. Se entera por su esposa de que por su miseria ella amamanta a su hijo de 8 meses y 5 dientes con zumo de cebolla y no con leche y le escribe en papel higiénico un poema a él: “Tu risa me hace libre, me pone alas, soledades me quita, cárcel me arranca”.

Amor de padre, que, con el amor de madre fecundan la tierra y que es interrumpido cuando los astros conspiran, invirtiendo el orden natural y llevándose primero a los hijos. Homero, un ciego que veía, en la Ilíada narra que cuando Héctor es muerto por Aquiles, el padre de aquel, Príamo, atraviesa el campamento griego y abrazado a las rodillas de Aquiles le dice: “Compadécete de mí, acordándote de tu padre, soy más digno de compasión que él pues me atreví a acercar mi boca a las manos del matador de mi hijo” y le pide el cuerpo de Héctor. El aqueo se conmueve del coraje del viejo rey troyano y se lo da. Es inolvidable la expresión llena de dolor del rostro de Marlon Brando personificando a Vito Corleone en la película El padrino, cuando mira acribillado a su hijo Sonny. La ficción pretende captar la fuerza de la realidad, mas tendría que ser ella misma para la plenitud.

El paterfamilias de la Roma antigua tenía poder ilimitado sobre sus vástagos, podía darles muerte, venderlos, castigarlos sin límites, etc. Esa figura autoritaria del varón mayor de la familia, con su rigor atenuado, ha prevalecido por siglos en el mundo y el hijo temía al padre, había un amor mutuo menguado porque más le interesaba al progenitor “que lo respeten”, enseñarle su modo peculiar de ser hombre prohibiéndole llorar, a ser “duro”, a visitar prostíbulos, a jugar con armas. A las niñas sus madres debían prepararlas para el matrimonio y la maternidad, los varones como los leones comen primero y entran primero a la escuela. ¿Cuánto de aquello perdura en unos hogares?

En el poema Carta a un hijo, Rudyard Kipling lo insta a no responder la injuria y la mentira; a no ceder al odio si es odiado; a soportar escuchar la verdad que ha dicho, distorsionada por granujas para engañar a tontos; a ver cómo se destruyen las cosas por las que ha dado la vida y agacharse y reconstruirlas con las herramientas viejas; a empezar de nuevo desde el principio y no decir ni una palabra sobre lo que ha perdido; a resistir cuando estén gastados el corazón y los tendones. Le dice que, si puede hacer todo ello y más “tuya es la tierra, serás un hombre, hijo mío”. ¡Serás una mujer, hija mía!

¿Enseñamos a nuestros hijos a amar y buscar la verdad, la justicia y a su hija la paz, a apreciar la belleza en la hoja de hierba, en la hormiga, en la rana, que mostraba Walt Whitman?

Pero solo puede rendir frutos el amor paternal con el ejemplo. En la película Gladiador, le dice el emperador Marco Aurelio a su hijo: “Tus defectos como hijo son mi fracaso como padre”. El padre de Julian Assange enseñó a su hijo a buscar y difundir la verdad. Es lo que hizo Julian y ahora paga el precio impuesto por el poder. Su padre no ha dudado en defenderlo. (O)